lunes, febrero 13, 2006





FRAGMENTOS DE UN DISCURSO AMOROSO
Roland Barthes
Veía todo su rostro,
su cuerpo,
fríamente: sus pestañas,
la uña de su pulgar,
la finura de sus cejas, de sus labios,
el esmalte de sus ojos,
un toque de belleza,
una manera de extender los dedos al fumar;
estaba fascinado –no siendo la fascinación,
en suma, más que el extremo del desapego–
por una suerte de figurín coloreado,
porcelanizado,
vitrificado,
en el que podía leer,
sin comprender nada,
la causa de mi deseo.

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