lunes, julio 31, 2006

VIAJE A LA GUERRA


 


Hernàn Zin
desde la Franja de Gaza...se convierte  en nuestros ojos, en nuestro corazòn y denuncia
que el Rey està desnudo...Entra a esta pàgina ...no seràs el /la misma al salir.

http://blogs.20minutos.es/enguerra

Complejo de Amor




 

Edgar Morin

CNRS, París



-

Deseo exponer esa dificultad, tan frecuente en las ciencias humanas, donde se habla de un objeto como si existiera fuera de nosotros, los sujetos.





Y esto evidentemente es del todo flagrante para el amor, pues la mayoría de nosotros hemos sido, somos y seremos sujetos del amor. (El término «sujeto» vacila aquí entre dos sentidos que la polarizan: por una parte, el amor es algo que vivimos subjetivamente, y por otra, es algo a lo que estamos sujetos.) De ahí la diferencia, incluso la oposición, entre las palabras sobre el amor que quieren ser objetivas y las palabras de amor que son subjetivas.





Esto llega a ser grotesco cuando las palabras sobre el amor son exactamente lo contrario de las palabras de amor. Se constituyen en un discurso frío, técnico, objetivo, que por sí mismo degrada y disuelve su objeto. No estudiaré el amor en los cuadros superiores o los empleados de los ferrocarriles, no haré comentario sobre el sondeo «El amor y los franceses». Por el contrario, intentaré esquivar esas cosas que tienen algo que repugna, no en sí mismas, sino con vistas a nuestro propósito.





Topamos con un primer problema: que la tentativa de elucidación no sea una traición, ni una ocultación. Además, el término «elucidar» se vuelve peligroso si creemos que se puede llevar toda la luz a todas las cosas. Creo que la elucidación aclara, pero al mismo tiempo revela lo que resiste a la luz, detecta un fondo oscuro.





Este texto se titula «Complejo de amor». El término «complejo» debe tomarse en su sentido literal: complexus, lo que está tejido junto. El amor es en cierto modo «uno», como una tapicería tejida con hilos extremadamente diversos y de diferentes orígenes. Detrás de la evidente unidad de un «te amo», hay una multiplicidad de componentes, y es precisamente la asociación de esos componentes por completo diversos lo que da coherencia al «te amo».





En un extremo, tenemos un componente físico, y en el término «físico» se comprende el componente «biológico», que no es sólo el componente sexual, sino también la implicación del ser corporal.





En el otro extremo, está el componente mitológico, el componente imaginario; y yo soy de esos para quienes el mito, lo imaginario, no es una simple superestructura, menos aún una ilusión, sino una realidad humana, profunda.





Estos dos componentes están modulados por las culturas, las sociedades, pero no es de esta modulación cultural de la que os voy a hablar: intentaré más bien señalar esos componentes.



Encontramos una nueva paradoja. El amor está arraigado en nuestro ser corporal y, en este sentido, se puede decir que el amor precede a la palabra. Pero el amor está al mismo tiempo arraigado en nuestro ser mental, en nuestro mito, lo que evidentemente supone el lenguaje, y se puede decir que el amor procede de la palabra. El amor a la vez procede de la palabra y precede a la palabra. Y es, además, un problema bastante interesante, puesto que hay culturas donde no se habla de amor. ¿Es que, en estas culturas donde no se habla de amor, donde no ha emergido el amor en cuanto noción, verdaderamente no existe el amor? O bien ¿es que su existencia depende de lo no dicho?


La Rochefoucauld decía que, si no hubiera habido novelas de amor, el amor sería desconocido. Entonces, ¿es que la literatura es constitutiva del amor, o es que ella simplemente lo cataliza y lo vuelve visible, sensible y activo? De cualquier forma, es en la palabra donde se expresan a la vez la verdad, la ilusión, el engaño que pueden rodear o constituir el amor.


El hecho de decir que el amor es un complejo necesita una mirada poliocular. Los constituyentes del amor preceden a su misma constitución. Así, se puede ver el origen del amor en la vida animal. Podemos hacer proyecciones antropomórficas, aunque desconfiemos de ellas, sobre los sentimientos animales; también hay que desconfiar de esta desconfianza. Ante el afecto de un perro, decimos: «Ah, qué gracioso es, que cariñoso!» Esta proyección antropomórfica que hacemos hacia el «perro-perro» es más verdadera que otro tipo de proyección que fuera mecánica, del tipo del animal-máquina de Descartes, que llevaría a decir: «Esto es una máquina que reacciona a los estímulos». ¿Y por qué está justificado? Porque nosotros mismos somos mamíferos evolucionados y sabemos que la afectividad se desarrolló en los mamíferos, entre ellos el perro.


Hay, pues, una fuente animal incontestable en el amor. Pensemos en esas parejas de pájaros que se llaman «inseparables», que pasan su tiempo besuqueándose de manera casi obsesiva. ¿Cómo no ver ahí el cumplimiento de una de las potencialidades de esta relación tan intensa, tan simbiótica, entre dos seres de sexo diferente, que no pueden impedir el darse sin cesar encantadores besitos?


Pero, en los mamíferos, hay algo más: el calor. Se les llama animales que «sangre caliente». Hay algo térmico en el pelo, y sobre todo en esa relación fundamental: el niño, el recién nacido mamífero sale prematuramente a un mundo frío.


Nace en la separación, pero, en los primeros tiempos, vive en calida unión con la madre. La unión en la separación, la separación en la unión, no ya entre madre y progenitura, sino entre hombre y mujer, es lo que va a caracterizar el amor. Y la relación afectiva, intensa, infantil con la madre va a metamorfosearse, prolongarse, extenderse entre los primates y los humanos.


La hominización ha conservado y desarrollado en el adulto humano la intensidad de la afectividad infantil y juvenil. Los mamíferos pueden expresar esta afectividad en la mirada, la boca, la lengua, el sonido. Todo lo que viene de la boca es ya algo que habla de amor antes de todo lenguaje: la madre que lame a su hijo, el perro que lame la mano; esto expresa ya lo que va a aparecer y expandirse en el mundo humano: el beso.


Ahí está el enraizamiento animal, mamífero, del amor.


¿Qué nos aporta la hominización y qué marca biológicamente al homo sapiens?


Ante todo, es la permanencia de la atracción sexual en la mujer y en el hombre. Mientras que en los primates aún existen períodos no sexuados, separados por el período de celo, ese momento en que la hembra se vuelve atractiva, en la humanidad se da una permanente atracción sexual. Además, la humanidad efectúa el cara a cara amoroso, mientras que, entre los otros primates, el apareamiento se hace por detrás. La película La guerra del fuego expresó con gracia la aparición del amor cara a cara. Desde entonces, el rostro va a jugar un papel extraordinario.


El último elemento que aporta la hominización es la intensidad del coito, y no sólo en el hombre sino también en la mujer.


En fin, en homo sapiens, desde las sociedades arcaicas, van a llegar los últimos y decisivos ingredientes necesarios para el amor entre dos seres: son los estados segundos de exaltación, fascinación, posesión, éxtasis, que suscitan la absorción de drogas o bebidas fermentadas, la participación en fiestas, ceremonias, ritos sagrados. Son al mismo tiempo las veneraciones y adoraciones de personajes mitológicos divinizados.


Tenemos así los ingredientes físicos, biológicos, antropológicos, mitológicos que van a reunirse y cristalizar en amor.


¿Cuándo? Se puede obtener una hipótesis seductora de la propuesta de Jaynes, autor del libro El origen de la conciencia y la ruptura del espíritu bicameral. Su tesis es la siguiente: en los imperios de la Antigüedad, el espíritu humano es bicameral. No es sólo que haya dos hemisferios en el cerebro, hay dos cámaras. La primera está ocupada por los dioses, el rey-dios, los sacerdotes, el imperio, las órdenes que vienen de arriba. La persona obedece como un zombi a todo lo que está decretado, porque todo lo que viene de la cúspide de la sociedad es de naturaleza divina y sagrado. La segunda cámara está ocupada por la vida privada: uno se dedica a sus asuntos, intenta sobrevivir, tiene relaciones afectuosas con sus hijos, y relaciones afectivas, sexuales, con su mujer. Pero las dos cosas están separadas, y lo sagrado, lo religioso, está concentrado en una sola cámara.


La irrupción de la conciencia aparece en la Atenas del siglo V, donde se abre la comunicación entre las dos cámaras: cesa la hipersacralidad de la primera cámara, lo mismo que la trivialidad de la segunda. Entonces, la sacralidad va a poder precipitarse y fijarse en un ser individual: el ser amado


El amor va a aparecer y ser tratado como tal, en una civilización donde el individuo se autonomiza y se expande. Todo lo que viene de lo sagrado, el culto, la adoración puede entonces proyectarse sobre un individuo de carne, que va a ser el objeto de la fijación amorosa. El amor adquiere figura en el encuentro de lo sagrado y lo profano, de lo mitológico y lo sexual. Cada vez más será posible tener la experiencia mística, extática, la experiencia del culto, de lo divino, a través de la relación de amor con otro individuo.


En el momento en que llega el deseo, los seres sexuados se ven sometidos a una doble posesión que viene de mucho más lejos que ellos y que los sobrepasa. El ciclo de reproducción genética, que nos invade por el sexo, es a la vez algo que nos posee súbitamente y que nosotros poseemos: el deseo. Es la primera posesión.


La otra posesión es la que nace de lo sagrado, lo divino, lo religioso. La posesión física que viene de la vida sexual se encuentra con la posesión psíquica que viene de la vida mitológica. Ahí está el problema del amor: estamos doblemente poseídos y poseemos aquello que nos posee, considerándolo física y míticamente como un bien propio.


La cuestión de la salvajez del deseo y de la fascinación del amor se plantea con respecto al orden social. Las sociedades animales no tienen instituciones pero obedecen a reglas. Por ejemplo: los machos dominantes acaparan la mayor parte de las hembras y los demás machos quedan excluidos de la copulación. Todo esto depende de reglas jerárquicas, pero no hay ninguna regla institucional. La humanidad crea las instituciones, instituye la exogamia, las reglas de parentesco, prescribe el matrimonio, prohíbe el adulterio. Pero es preciso señalar cómo el deseo y el amor sobrepasan, transgreden normas, reglas y prohibiciones: o bien el amor es demasiado endógamo, y llega a ser incestuoso, o bien es demasiado exógamo, y llega a ser ya adulterino, ya traidor al grupo, al clan, a la patria. La salvajez del amor lo lleva ya sea a la clandestinidad, ya a la transgresión.


Aunque dependiente de una expansión cultural y social, el amor no obedece al orden social: desde que aparece, ignora esas barreras, se estrella contra ellas, o las rompe. Es un «hijo bohemio».


Por lo demás, lo que es interesante en la civilización occidental, es la separación, que a veces es una disyunción, entre el amor vivido como mito y el amor vivido como deseo.


Necesitamos percibir esta bipolaridad: por un lado, el amor espiritual exaltado que tiene miedo precisamente a degradarse en el contacto carnal y, por otro lado, una «bestialidad» que podrá hallar su propia sacralidad en esa parte maldita asumida por la prostituta. La bipolaridad del amor, si bien puede desgarrar al individuo entre amor sublime y deseo infame, puede hallarse también en diálogo, en comunicación: hay momentos felices en los que la plenitud del cuerpo y la plenitud del alma se encuentran.


Y el verdadero amor se reconoce en que sobrevive al coito, mientras que el deseo sin amor se disuelve en la famosa tristeza poscoital: Homo tristis post coitum. Quien es sujeto del amor es felix post coitum.


Como todo lo que está vivo y todo lo que es humano, el amor está sometido al segundo principio de la termodinámica, que es un principio de degradación y desintegración universal. Pero los seres vivos viven de su propia desintegración combatiéndola mediante la regeneración.


¿Qué es vivir?


Heráclito decía: «Morir de vida, vivir de muerte». Nuestras moléculas se degradan y mueren, y son reemplazadas por otras. Vivimos utilizando el proceso de nuestra descomposición para rejuvenecernos, hasta el momento en que ya no podemos más. Le ocurre lo mismo al amor, que no vive más que renaciendo sin cesar.


Lo sublime se da siempre en el estado naciente del enamoramiento. Francesco Alberoni lo explicó bien en su libro Enamoramiento y amor. El amor es la regeneración permanente del amor naciente. Todo lo que se instituye en la sociedad, todo lo que se instala en la vida comienza a soportar fuerzas de desintegración o de insipidez. En el amor, el problema del apego es a menudo trágico, porque el apego se ahonda a menudo en detrimento del deseo.


Algunos etólogos, tras haber señalado que el hijo adulto de la chimpancé no copulaba con su madre, que no había atracción sexual entre ellos, han pensado que la inhibición de la pulsión genital provenía sin duda del prolongado apego madre-hijo. Un apego prolongado y constante hace más íntimo el lazo, pero tiende a desintegrar la fuerza del deseo, que sería más bien exógama, vuelta hacia lo desconocido, hacia lo nuevo.


Se puede preguntar si el prolongado apego de la pareja, que la consolida, que la arraiga, que crea un afecto profundo, no tiende a destruir de hecho lo que había aportado el amor en estado naciente. Pero el amor es como la vida, paradójico; puede haber amores que duren, de la misma manera que dura la vida. Vivimos de muerte, morimos de vida. El amor debería, potencialmente, poder regenerarse, operar en sí mismo una dialógica entre la prosa que se esparce en la vida cotidiana, y la poesía que le da savia a la vida cotidiana.


Es digno de destacar cómo la unión de lo mitológico y lo físico se opera en el rostro. En la mirada amorosa hay algo que uno se siente inclinado a describir en términos magnéticos o eléctricos, algo que depende de la fascinación, a veces tan aterrador como la fascinación de la boa sobre el pollo, pero que puede ser recíproca. Y en esos ojos portadores de una especie de poder magnético subyugador, ha puesto la mitología humana una de las localizaciones del alma.


¡Lo mismo pasa con la boca! La boca no es sólo lo que come, absorbe, da (salivar/lamer), es también la vía de paso del aliento, que corresponde a una concepción antropológica del alma. El beso en la boca, que ha popularizado y mundializado Occidente, concentra y concreta el encuentro inaudito de todas las potencias biológicas, eróticas, mitológicas de la boca. Por un lado, el beso que es un análogon de la unión física, por otro, la fusión de dos alientos que es una fusión de las almas.


La boca se convierte en algo del todo extraordinario, abierta a lo mitológico y a lo fisiológico. No olvidemos que esta boca habla, y una cosa muy bella, que las palabras de amor van seguidas de silencios de amor.


Nuestro rostro permite, así, cristalizar en sí todos los componentes del amor. De ahí el papel, desde la aparición del cine, de la magnificación por medio del primer plano del rostro, que concentra en sí la totalidad del amor.


¿Cómo considerar el complejo de amor? La categoría de lo sagrado, lo religioso, lo mítico y el misterio ha entrado en el amor individual y allí ha arraigado en lo más hondo. Existe una razón fría, racionalista, crítica, nacida del siglo de las Luces, que engendra el escepticismo como ante toda religión. De hecho, la fría razón tiende no sólo a disolver el amor, sino también a considerarlo como ilusión y locura. Por el contrario, en la concepción romántica, el amor se convierte en la verdad del ser. ¿Hay una razón amorosa como hay una razón dialéctica, que supera las limitaciones de la razón helada?


Desde el ángulo de la fría razón, el mito se ha considerado siempre como un epifenómeno superficial e ilusorio. Para el siglo XVIII, la religión era una invención de los sacerdotes, una superchería para engatusar a los pueblos. Ese siglo no comprendía las raíces profundas de la necesidad religiosa y sobre todo de la necesidad de salvación.


Soy de los que creen en la profundidad antroposocial del mito, es decir, en su realidad. Diré incluso que nuestra realidad tiene siempre un componente mitológico. Y añadiré que entre homo sapiens y homo demens, la locura y la sabiduría, no hay una frontera neta. No sabemos cuándo se pasa de uno a otro, y además pueden volverse del revés: así, por ejemplo, una vida racional es una pura locura. Es una vida que se ocuparía únicamente de economizar su tiempo, de no salir cuando hace mal tiempo, de querer vivir el mayor tiempo posible, sin cometer excesos alimenticios, ni excesos amorosos. Empujar la razón hasta sus límites desemboca en el delirio.


Entonces, ¿qué es el amor?


Es el culmen de la unión entre la locura y la sabiduría. ¿Cómo desenredar esto? Es evidente que es el problema que afrontamos en nuestra vida y que no hay ninguna clave que permita encontrar una solución exterior o superior. El amor conlleva precisamente esa contradicción fundamental, esa copresencia de la locura y la sabiduría.


Acerca del amor diré lo que digo en general acerca del mito. Desde que un mito es reconocido como tal, deja de serlo. Hemos llegado a ese punto de la conciencia donde nos damos cuenta de que los mitos son mitos. Pero al mismo tiempo advertimos que no podemos prescindir de los mitos. No podemos vivir sin mitos, y entre los «mitos» incluiré la creencia en el amor, que es uno de los más nobles y más poderosos, y quizá el único mito al que deberíamos adherimos. Y no sólo el amor interindividual, sino en un sentido mucho más amplio, por supuesto sin hacer sombra al amor individual. En efecto, tenemos el problema de la convivencia con nuestros mitos, es decir, no una relación de compromiso, sino una relación compleja de diálogo, antagonismo y aceptación.


El amor plantea a su modo el problema de la apuesta de Pascal, quien había comprendido que no hay ningún medio de probar lógicamente la existencia de Dios. No podemos probar empíricamente y lógicamente la necesidad del amor. No podemos más que apostar por y para el amor. Adoptar con nuestro mito de amor la actitud de la apuesta es ser capaces de entregarnos a él, dialogando con él de manera crítica. El amor forma parte de la poesía de la vida. Debemos, pues, vivir esta poesía, que no puede abarcar toda la vida porque, si todo fuera poesía, no sería más que prosa. Lo mismo que hace falta sufrir para saber lo que es la felicidad, es necesaria la prosa para que haya poesía.


En la idea de apuesta es preciso saber que existe el riesgo del error ontológico, el riesgo de la ilusión. Es preciso saber que lo absoluto es al mismo tiempo lo incierto. Deberíamos saber que, en un momento dado, comprometemos nuestra vida, otras vidas, muchas veces sin saberlo y sin quererlo. El amor es un riesgo terrible, porque en él no es sólo uno mismo quien se compromete. Comprometemos a la persona amada, comprometemos también a quienes nos aman sin que los amemos, y quienes la aman sin que ella los ame.


Pero, como decía Platón sobre la inmortalidad del alma, es correr un bello riesgo. El amor es un mito bellísimo. Es evidente que está condenado a la errancia y a la incertidumbre: «¿Me va bien a mí? ¿Le va bien a ella? ¿Nos va bien?»


¿Tenemos respuesta absoluta a esta pregunta? El amor puede ir de la fulminación a la deriva. Posee en sí el sentimiento de verdad, pero el sentimiento de verdad está en el origen de nuestros más graves errores. ¡Cuántos desdichados y desdichadas se ilusionaron con la «mujer de su vida» o el «hombre de su vida»!


Pero nada es más pobre que una verdad sin sentimiento de verdad. Constatamos la verdad de que dos y dos son cuatro, constatamos la verdad de que esta mesa es una mesa, y no una caja, pero no tenemos el sentimiento de la verdad de esa proposición. Sólo tenemos la intelección. Ahora bien, es cierto que, sin sentimiento de verdad no hay verdad vivida. Pero precisamente lo que es origen de la verdad más grande, es al mismo tiempo el origen del mayor error.


Por eso el amor es acaso nuestra religión más verdadera y a la vez nuestra más verdadera enfermedad mental. Oscilamos entre esos dos polos, tan real uno como otro. Pero, en esta oscilación, lo extraordinario es que nuestra verdad personal nos la revela y aporta el otro. Al mismo tiempo, el amor nos hace descubrir la verdad del otro.


La autenticidad del amor no está sólo en proyectar nuestra verdad sobre el otro, para finalmente no verlo más que través de nuestros ojos, está en dejarnos contaminar por la verdad del otro. No hay que ser como esos creyentes que encuentran lo que buscan porque proyectan la respuesta que esperan. Y ahí está también la tragedia: llevamos en nosotros tal necesidad de amor que a veces un encuentro en un buen momento -acaso en un mal momento- desencadena el proceso de la fulminación, la fascinación.


En ese momento, proyectamos sobre otro esta necesidad de amor, la fijamos, la endurecemos, e ignoramos al otro que se convierte en nuestra imagen, nuestro tótem. Lo ignoramos creyendo adorarlo. Ahí está, en efecto, una de las tragedias del amor: la incomprensión de sí y del otro. Pero la belleza del amor es la interpenetración de la verdad del otro en sí, de la de sí en el otro, es hallar la propia verdad a través de la alteridad.


Concluyo. La cuestión del amor se recapitula en esta posesión recíproca: poseer lo que nos posee. Somos individuos producidos por procesos que nos precedieron; estamos poseídos por cosas que nos sobrepasan y que irán más allá de nosotros, pero, en cierto modo, somos capaces de poseerlas.


Siempre y por doquier, la doble posesión constituye la trama y la experiencia misma de nuestras vidas.


Terminaré aplicando a la búsqueda del amor la fórmula de Rimbaud, la de la búsqueda de una verdad que esté a la vez en un alma y en un cuerpo.




Nota: «Le complexe d'amour» fue publicado como primer capítulo de un bello librito titulado Amour, poésie, sagesse (Paris, Éditions du Seuil, 1997: 13-36). Agradecemos al autor su gentil autorización para la presente traducción y publicación. Traducido por Pedro Gómez García.


Edgar Morin. Director honorario de investigaciones del CNRS. París, Francia.
















 

Escribiò Leon Bloy






"Cuando quiero conocer las ùltimas noticias, leo el apocalipsis"


STOP

No dejes de entrar a este Blog.
Hallaràs un Quijote Posmoderno y el rostro cruel de la guerra.
No sabèis que la humanidad està en guerra?
Què cada niño que muere es tu niño? Eres tù?
Hoy escuchè a Hernàn Zin, Quijote Posmoderno, y me di cuenta que no
 me siento tan sola ante el dolor humano.


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Hernàn Zin escribiò el libro "Helados y Patatas Fritas",  precisamente de "no ficciòn" , donde 
aborda el tema de la explotaciòn sexual de los niños en Camboya.


http://hernanzin.blogspot.com/

"dar voz a quienes no la tienen, y seguir de cerca a los poderosos, vigilar que respeten las reglas de juego, que no utilicen sus prerrogativas para acrecentar sus parcelas de poder en detrimento del resto de la sociedad.
La prueba de que la batalla no está perdida, de que la noticia no se ha convertido para todos en una mera mercancía..."

He ecuchado su voz, he sentido como su mensaje arañaba mi ser, he escuchado
un discurso sentido y diferente , y ademàs, es guapo.Otro amor imposible para Gataflora?
Es que se trata de un ser amable.Digno de ser amado, con esas prentensiones de
libertad en este aldea global putrefacta de vacìo parafraseando a Lipovetsky.

Gataflora







domingo, julio 30, 2006

a- mi- gos

Existen personas en nuestras vidas que nos hacen felices por la simple casualidad de haberse cruzado en nuestro camino. Algunas recorren todo el camino a nuestro lado, viendo muchas lunas pasar, a otras apenas las vemos entre un paso y otro. A todas las llamamos amigos y hay muchas clases de amigos.



Tal vez cada hoja de un árbol caracteriza uno de nuestros amigos. A muchos de ellos los denominamos amigos del alma, de corazón. Son sinceros, son verdaderos. Saben cuando no estamos bien, saben lo que nos hace feliz.



También existen aquellos amigos por un tiempo, tal vez unas vacaciones o unos días o unas horas. Ellos acostumbran a dibujar muchas sonrisas en nuestro rostro, durante el tiempo que estamos cerca.



Hablando de cerca, no podemos olvidar a los amigos distantes, aquellos que están en la punta de las ramas y que cuando el viento sopla siempre aparecen entre hoja y otra.



El tiempo pasa, el verano se va, el otoño se aproxima y perdemos algunas de nuestras hojas, algunas nacen en otro verano y otras permanecen por muchas estaciones.



Pero lo que nos deja más felices es darnos cuenta de que aquellas que cayeron continúan cerca, alimentando nuestra raíz con alegría. Son recuerdos de momentos maravillosos de cuando se cruzaron en nuestro camino.



Te deseo, hoja de mi árbol, paz, amor, salud, suerte y prosperidad. Hoy y siempre... simplemente porque cada persona que pasa en nuestra vida es única. Siempre deja un poco de sí y se lleva un poco de nosotros. Habrá los que se llevaron mucho, pero no habrá de los que no nos dejaran nada.



Esta es la mayor responsabilidad de nuestra vida y la prueba evidente de que dos almas no se encuentran por causalidad.

 No recuerdo la Fuente.Sorry
Gataflora

...


El mulá Nasrudín iba vestido con una túnica harapienta y sucia. El gobernante lo increpó:



- ¿Cómo -le preguntó- te atreves a presentarte ante mí en ese estado de suciedad? ¿Es que no te da vergüenza?



- Siempre estoy relativamente limpio -contestó Nasrudín-. En mi alforja guardo otra túnica y me la pondré cuando la que visto ahora esté más sucia ella.



- Pero ¿cuándo las lavas?



- Nunca. Cada vez que la túnica que estoy usando está más sucia que la llevo en mi alforja, me la cambio. ¡Siempre estoy relativamente limpio!



En verdad, casi todo depende de cómo se lo mire.



Tus alegrías podrán parecerte pequeñas si las comparas con las de tu vecino más dichoso, y te parecerán enormes si las comparas con la vida del infeliz; de manera análoga te sucederá con las tristezas.



Pero has de entender que la vida es un constante devenir donde todo cambia -también las alegrías y las tristezas-, y donde todo se mantiene en permanente equilibrio y armonía.



El hombre común que se compara con sus vecinos y se siente infeliz por su suerte comete un gran error.



En el Plan del Creador está dispuesto qué es lo mejor y más conveniente para tu evolución espiritual.



Cuando consigas entender esto podrás vivir en plenitud, danzando libremente al ritmo de la Vida.



Así, pues, no compares, vive tu presente, apénate en los momentos tristes y disfruta en los momentos felices.



El Verdadero Sabio jamás compara.

 

Dentro y Fuera


 



Por Hermann Hesse



Había una vez un hombre llamado Frederick; se dedicaba a tareas intelectuales y poseía una amplia extensión de conocimientos. Sin embargo, no todos los conocimientos significaban lo mismo para él, ni apreciaba cualquier actividad intelectual. Tenía preferencia por un cierto tipo de pensamiento, desdeñando y detestan.do los otros. Sentía un profundo amor y respeto por la lógica -ese método admirable- y, en general, por lo que él llamaba "ciencia".

"Dos y dos son cuatro -acostumbraba a decir-. Esto es lo que creo; y el hombre debe construir su pensamiento sobre la base de esta verdad."

No ignoraba, sin duda, que existían otras clases de pensamiento y cultura; pero no los consideraba como "ciencia", y tenía una pobre opinión de ellos. Aunque librepensador, no era intolerante con la religión. La religión estaba fundada en un tácito acuerdo entre científicos. Durante varios siglos su ciencia había abarcado casi todo lo que existía sobre la tierra y era digno de conocerse, con una sola excepción: el alma humana. Con el transcurso del tiempo, se convirtió en costumbre abandonar esta materia a la religión, y permitir sus especulaciones sobre el alma, aunque sin considerarlas seriamente. Según esto, Frederick era también tolerante en lo referente a la religión; no obstante, todo lo que significaba superstición le era profundamente odioso y repugnante. Pueblos lejanos, incultos y retrasados podían recurrir, a ella; en la remota antigüedad podía admitirse el pensamiento místico o mágico; pero con el nacimiento de la ciencia y de la lógica esas anticuadas' y dudosas herramientas carecían de sentido.

Eso es lo que decía y lo que pensaba. Cuando aIgún vestigio de superstición aparecía ante él, se encolerizaba Y sentía como sí hubiese sido atacado por algo hostil.

No obstante, lo que más le irritaba era hallar tales, vestigios entre hombres de su propia clase, educados y versados en los principios del pensamiento científico. Y nada le era tan doloroso e intolerable como el concepto escandaloso -que había oído recientemente formulado mulado y discutido incluso por hombres de gran cultura-, la idea absurda de que el "pensamiento científico" no era posiblemente, un hecho supremo, independiente del tiempo, eterno, preordinado e inexpugnable, sino sólo uno de tantos, una transitoria manera de pensar, no impenetrable al cambio y a la decadencia. Esa creencia irreverente, destructiva y venenosa se extendía; ni el propio Frederick era capaz de negarlo; había surgido al azar como resultado de la angustia originada en todo el mundo por la guerra, la revolución, y el hambre, a la manera de un aviso, como espiritual escritura de una blanca mano sobre un blanco muro.

Mientras más sufría Frederick por la existencia de esa idea y por lo profundamente que lograba afligirle, más apasionadamente la atacaba, tanto a ella como a aquéllos a quienes sospechaba sus secretos defensores, Hasta entonces sólo muy pocas personas verdaderamente cultivadas habían proclamado abierta y francamente su fe en la nueva doctrina, que parecía destinada, de lograr difusión y fuerza, a destruir todos los valores espirituales sobre la tierra y a provocar el caos. Pero la situación no había llegado aún a tal extremo, y los dispersos mantenedores, eran tan pocos en número, que cabía considerarlos como casos singulares y excéntricos, elementos peculiares. Pero una gota del veneno, una emanación de esa idea, podía ser percibida en cualquier momento. De un modo u otro podían surgir entre el pueblo y los medios cultivados una serie de nuevas doctrinas esotéricas, con sus sectas y discípulos; el mundo estaba lleno de ellas, por doquier se veía amenazado por la superstición, el misticismo, los cultos espirituales, y otras fuerzas misteriosas, a las cuales era necesario combatir, pero la ciencia, por un particular sentimiento de debilidad, les había concedido hasta el presente vía libre.

Un día, Frederick visitó a uno de sus amigos, con quien frecuentemente había investigado, Hacía algún tiempo desde la última vez que le vio. Mientras iba, subiendo por la escalera de la casa, intentó recordar cuándo y dónde había estado por última vez en compañía de su amigo, pero, aunque se enorgullecía de su excelente memoria, no lo conseguía. Imperceptiblemente molesto y malhumorado, mientras aguardaba ante la puerta de su amigo, intentó liberarse de esta sensación.

Apenas había saludado a Erwin, su amigo, cuando .advirtió en su cordial semblante una cierta, aunque reprimida sonrisa, que le pareció advertir por primera vez. Apenas vio aquella sonrisa, en cierto modo burlona u hostil pese a su apariencia amistosa; recordó inmediatamente lo que estuvo buscando infructuosamente en su memoria, su último y anterior encuentro con Erwin. Recordó que se habían separado sin haber discutido, desde luego, pero con una sensación de discordia interna y disgusto, porque Erwin, había prestado entonces muy escaso apoyo a sus ataques contra los dominios de la superstición.

Era extraño. ¿Cómo podía haber olvidado aquello por completo? Comprendió también que ésa era la única razón de haber evitado a su amigo durante tanto tiempo, simplemente ese descontento, y que desde el principio había sido consciente de ello, aunque se inventó una multitud de excusas para el repetido aplazamiento de esta visita.

Ahora se enfrentaban el uno al otro; Frederick sintió que la pequeña grieta de aquel día había experimentado un tremendo ensanchamiento. Intuyó que algo fallaba entre él y Erwin, que hasta entonces siempre estuvo presente, un aura de solidaridad, de espontánea comprensión de afecto incluso. Ahora existía un vacío. Se saludaron; hablaron del tiempo, de sus conocidos, de su salud y -Dios sabe por qué- a cada palabra Frederick tuvo la molesta sensación de que no comprendía bien a su amigo, de que Erwin no le conocía realmente, de que sus palabras estaban errando el blanco, de que no era posible hallar ninguna base común para una verdadera conversación. Con mayor motivo por cuanto Erwin exhibía aún en su rostro aquella amistosa sonrisa, que Frederick estaba empezando casi a odiar.

Durante una pausa en la laboriosa conversación, Fredcrick miró en tomo suyo al estudio que conocía tan bien y vio una hoja de papel clavada con un alfiler en la pared. Esta imagen le conmovió extrañamente despertando antiguos recuerdos: hacía mucho tiempo, en su s años de estudiante, Erwin tenía ese hábito, a veces, para conservar el dicho de un pensador o el verso de un, poeta frescos en su mente. Se levantó y se dirigió hacia la pared para leer el papel.

Allí, en la bella escritura de Erwin, leyó las siguientes palabras: "Nada está fuera, nada está dentro; pues lo que está fuera está dentro".

Pálido, permaneció inmóvil durante un momento. ¡Allí estaba! ¡Eso era lo que temía! En otra ocasión habría ignorado aquella hoja de papel, la habría tolerado caritativamente como una genialidad, como una debilidad inocente a la que cualquiera estaba expuesto, quizá como un frívolo sentimentalismo que pedía indulgencia. Pero ahora era diferente. Sintió que esas palabras no habían sido escritas, por un fugaz impulso poético; no era por capricho que Erwin hubiera vuelto después de tantos años a la práctica de su juventud. ¡Aquella frase era una confesión de misticismo!

Lentamente se volvió para mirarle al rostro, cuya sonrisa era de nuevo radiante.

-¡Explícame esto! -exigió.

Erwin hizo un gesto afirmativo con la cabeza, lleno de amistad.

-¿Nunca has leído este dicho?

-¡Naturalmente! -gritó Frederick-. Claro que lo conozco. Es misticismo, es gnosticismo. Quizá sea poético, pero... ¡De todas formas, explícamelo, y dime por qué lo has puesto en la pared!

-Con mucho gusto -dijo Erwin-. El dicho es una primera introducción a una epistemología que he estado investigando últimamente, y que me ha proporcionado ya muchas satisfacciones.

Frederick reprimió su arrebato. Preguntó:

-¿Una nueva epistemología? ¿Qué es? ¿Cómo se llama?

-¡Oh -contestó Erwin-, únicamente es nueva para mí. Es ya muy antigua y venerable. Se llama magia.

La palabra había sido pronunciada. Asombrado y sobrecogido por tan cándida confesión, Frederick, comprendió con un estremecimiento, que se hallaba enfrentado cara a cara con el archienemigo, en la persona de Erwin. No sabía si estaba más cerca de la rabia o de las lágrimas; le poseía un amargo sentimiento de irreparable pérdida. Durante una larga pausa permanecio callado.

Luego, con tina pretendida decisión en su voz, atacó:

-¿Así que deseas ahora convertirte en un mago?

-Sí -contestó Erwin sin vacilar.

-Una especie de aprendiz de brujo, ¿eh?

-Ciertamente.

Hubo tanta quietud que podía oírse el tic?tac de un reloj en la habitación contigua.

Frederick agregó después:

-Esto significa que abandonas toda relación con la ciencia seria, y por lo tanto toda relación conmigo.

-Espero que no sea así -Contestó Erwin-. Pero si no hay otro remedio, ¿qué puedo hacer?

-¿Qué puedes hacer? -estalló Frederick-. ¡Toma, rompe, rompe de una vez por todas con esa puerilidad, con esa vil y despreciable creencia en la magia¡ Eso puedes hacer, si deseas conservar mi respeto.

Erwin sonrió un poco, aunque también su alegría se había desvanecido.

-Hablas como si... -Murmuró, tan suavemente que a través de sus quedas palabras la irritada voz de Frederick aún parecía resonar por toda la habitación-, hablas como si eso estuviese dentro de mi voluntad, como si me quedara elección, Frederick. No es ése el caso. No tengo, ninguna elección. No fui yo quien escogió la magia: ella me escogió a mí.

Frederick suspiró, profundamente.

-Entonces, adiós -dijo hastiadamente, y se levantó, sin ofrecerle su mano.

-¡Así,no¡ -exclamó Erwin-. No debes separarte de mí de ese modo. Imagina que uno de nosotros yace en su lecho de muerte -¡y en verdad que así es!-, y que debemos decirnos adiós.

-¿Pero quién de nosotros va a morir, Erwin?

-Hoy probablemente yo, amigo mío. Cualquiera que desee nacer de nuevo, debe estar preparado para morir.

Una vez más Frederick se dirigió a la hoja de papel y leyó el dicho.

-Muy bien -admitió al fin-. Tienes razón, no sirve para nada separarnos con ira. Haré lo que deseas; imaginaré que uno de nosotros se está muriendo. Antes de irme, quiero pedirte una última cosa.

-Me alegro -repuso Erwin-. Dime, ¿qué atención puedo demostrarte en nuestra despedida?

-Repito mi primera pregunta, y ésta es también mi petición: explícame ese dicho lo mejor que puedas.

Erwin reflexionó un momento y luego dijo:

-Nada está fuera, nada está dentro. Conoces el significado religioso de esto: Dios está en todas partes.

Está en el espíritu, y también en la naturaleza. Todo es divino, porque Dios es todo. Antiguamente esto recibía el nombre de panteismo. En lo que concierne al signi. ficado filosófico, estamos acostumbrados a separar el dentro del fuera en nuestro pensamiento; sin embargo, esto no es necesario. Nuestro espíritu es capaz de superar los límites que hemos fijado para él, en el Más Allá. Más allá del par de antítesis que constituye nuestro inundo, comienza un nuevo y diferente conocimiento... Pero, mi querido amigo, debo confesarte que, desde que mi pensamiento ha cambiado, ya no existen para mí palabras ambiguas ni dichos: cada palabra tiene decenas, centenares de significados. Y ahí empieza lo que temes... la magia.

Frederick. frunció las cejas y estuvo a punto de interrumpirle. Pero Erwin le miró de forma desarmante y continuó, hablando más distintamente:

-Déjame darte un ejemplo. Llévate algo mío, cualquier objeto, y examínalo un poco de cuando en cuando. Pronto el principio del dentro y el fuera te revelará uno de sus muchos significados.

Dio una ojeada en tomo a la habitación, tomó una pequeña estatuilla de arcilla de un anaquel, y se la dio a Frederick, diciendo:

-Toma esto como regalo de despedida. ¡Cuando este objeto que coloco en tus manos cese de estar fuera de ti y está dentro de ti, ven a mí de nuevo! ¡Pero si permanece fuera de ti, tal como está ahora, para siempre, entonces esta separación tuya de mí será también para siempre!

Frederick quiso hablar todavía, pero Erwin tomó su mano, la estrechó, y se despidió de él con una expresión que no admitía réplica.

Frederick se retiró; descendió la escalera (¡qué largo le pareció el tiempo desde que la había subido!); se dirigió a través de las calles a su casa, perplejo y angustiado, con la pequeña figura de barro en la mano.

Se detuvo frente a su morada, apretó fieramente el puño sobre la estatuilla durante un momento, y sintió un irresistible impulso de romper el ridículo objeto contra el suelo. Nunca se había sentido tan agitado, tan movido por emociones antagónicas.

Buscó un lugar para el obsequio de su amigo, y puso la figura en la parte superior de un estante de su librería. Por el momento la dejó allí.

Ocasionalmente, según fueron pasando los días, la miró, meditando sobre ella y sus orígenes, considerando el. significado que tan disparatado objeto iba a tener, para él. Se trataba de una pequeña figura que representaba un hombre, o un dios, o un ídolo , con dos rostros, como el dios, romano Jano, modelada más bien toscamente en arcilla y cubierta con un tostado y algo. cuarteado barniz. La pequeña imagen tenía un aspecto grosero e insignificante; no era desde luego una obra griega o romana; probablemente se trataba del trabajo de alguna raza inferior y primitiva de Africa o de los Mares del Sur. Los dos rostros, que eran exactamente iguales, mostraban una sonrisa apática, indolente y débilmente burlona; el pequeño gnomo prodigaba su estúpida sonrisa de modo en especial desagradable?.

Frederick no pudo acostumbrarse a la figura. Le resultaba totalmente inestética y ofensiva, se interponía en su camino, le turbaba. Ya al día siguiente la tomó para dejarla sobre la estufa, y pocos días después la trasladó a un aparador. Pero una y otra vez aparecía en el campo, de su visión, como si le estuviese imponiendo su presencia; se reía de él fría y estúpidamente, se daba tono, exigía atención. Tras unas cuantas semanas la puso en la antecámara, entre las fotografías de Italia y los recuerdos triviales que jamás miraba nadie. Ahora, al menos, sólo veía al !dolo al entrar o al salir pasaba junto a él rápidamente, sin prestarle atención. Pero, también allí el objeto le fastidiaba, aunque no quiso admitirlo.

Con aquel juguete, con aquella monstruosidad de dos caras, la vejación y el tormento habían entrado en su vida.

Un día, meses más tarde, regresó de un corto viaje. Emprendía ahora tales excursiones de cuando en cuando, como si algo le empujase secretamente. Entró en su casa, atravesó la antecámara, fue saludado por la criada, y leyó las cartas que le aguardaban. Pero seguía intranquilo, como si hubiera olvidado algo importante; ningún libro te tentaba, ningún sillón era cómodo. Empezó a torturar su mente, ¿cuál era la causa? ¿Había descuidado algo importante? ¿Comido algo que pudiese trastornarle? Al reflexionar, descubrió que esta sensación de inquietud había aparecido al entrar en el apartamento. Volvió a la antecámara e involuntariamente su primera mirada buscó la figura de arcilla.

Un extraño terror se, apoderó de él al no ver al ídolo. Había desaparecido. No estaba. ¿Se habla marchado caminando con sus pequeñas piernas de barro? ¿Había volado? ¿Desapareció por artes mágicas?

Frederick recobró la calma, y sonrió ante su nerviosismo. Luego empezó a buscar tranquilamente por toda la habitación. Al no encontrar nada, llamó a la criada. Parecía turbada, y admitió en seguida que se le había caído el objeto mientras limpiaba.

-¿Dónde está?

Ya no estaba en ninguna parte. Tan sólido, como aparentaba ser el pequeño objeto; ella lo tuvo a menudo en sus manos. Sin embargo, se había roto en mil pedazos. Llevó los fragmentos a un taller, donde simplemente se rieron de ella. Luego los había tirado.

Frederick despidió a la criada. Sonrió. Se sentía contento. ¡Qué poco le importaba el ídolo! La abominación había desaparecido; ahora tendría paz. ¿Por qué no habría deshecho el objeto a golpes desde el?primer día? ¡Cómo había sufrido todo aquel tiempo! ¡De qué forma indolente, extraña, astuta, perversa, diabólica le había sonreído el ídolo! Ahora que había desaparecido, podía admitir la verdad: había temido verdadera y sinceramente a aquel dios de barro. ¿No era el emblema él símbolo de todo cuanto le era repugnante e intolerable de todo cuanto reconoció siempre como pernicioso, hostil, y digno de supresión, un estandarte de todas las supersticiones, de todas Ias tinieblas, de toda coerción de la conciencia y el espíritu? ¿No representaba horrible fuerza que se siente a veces bramando en las entrañas de la tierra, ese lejano terremoto, esa próxima extinción de la cultura, ese naciente caos? ¿No le había robado aquella despreciable figura a su mejor amigo, es más, no robado, sino convertido en enemigo? Ahora el objeto había desaparecido. Desvanecido. Roto en mil pedazos. Acabado. Era mucho mejor que si lo hubiera destruido por sí mismo.

Eso pensó, o dijo. Y volvió a sus asuntos como antes.

Pero la maldición persistió. Justamente cuando habla conseguido acostumbrarse más o menos a aquella ridícula figura, precisamente cuando verla en su lugar habitual en la mesa de la antecámara se le había hecho gradualmente familiar y nada importante, era cuando su ausencia empezó a atormentarle. Sí, la echaba a faltar cada vez que cruzaba aquella estancia; veía constantemente el espacio vacío donde había estado, y el vacío emanaba de aquel lugar y llenaba la habitación entera.

Malos días y peores noches empezaron para Frederick. Ya no podía atravesar la antecámara sin pensar, en el ídolo de las dos caras, sin echarlo a faltar; sintiendo que sus pensamientos estaban unidos a él. Una, agónica obsesión creció en su interior. Y no era simple. mente al cruzar aquel cuarto cuando se sentía prisionero de su obsesión. De la misma forma en que el vacío y la desolación irradiaban del ahora vacío lugar en la mesa de la antecámara, aquella idea obsesiva irradiaba dentro de él, empujaba todo lo demás a un lado, enconándole y llenándole de extrañeza y desolación.

Una y otra vez imaginó la figura con suma claridad, para demostrarse a sí mismo lo absurdo de afligirse por su pérdida. Pudo verla en toda su estúpida fealdad y barbarie, con su vacua pero astuta sonrisa, con sus dos caras; impulsado como por una coacción, lleno de odio y con la boca torcida, se descubrió a sí mismo intentando reproducir aquella sonrisa. Le incomodaba la duda de si las dos caras eran en realidad exactamente iguales. ¿No tenía una de ellas, quizá simplemente por una pequeña aspereza o cuarteo en el barniz, una expresión algo distinta? ¿Algo raro? ¿Algo enigmático? ¡Qué peculiar era el color de aquel barniz ! El verde, y el azul, y el gris, pero también el rojo, se mezclaban en él, un barniz que ahora hallaba a menudo en otros objetos, en una reflexión del sol de la ventana o en los reflejos ,de un húmedo pavimento.

Cavilaba mucho sobre aquel barniz, incluso por la noche. Le extrañó igualmente lo extraña. rara, malsonante, poco Familiar, casi maligna que era la palabra "barniz". La analizó; Regó hasta invertir el orden de sus, Jetras. Entonces lela "zinrab". Pero, ¿de dónde demonios tomaba su sonido aquella palabra? Conocía la palabra "zinrab", por supuesto que sí; además, era una palabra hostil y mala, una palabra con perversas e inquietantes implicaciones. Durante mucho tiempo le atormentó esa pregunta. Finalmente dio con la respuesta: "zinrab" le recordaba un libro que había comprado y leído hacía muchos años durante un viaje, y que le había aterrado, atormentado, pero fascinado secretamente; se titulaba Princesa Zinraka. Era como una maldlción: todo lo relacionado con la estatuilla -el barniz, el azul, el verde, la sonrisa- significaba hostilidad, eran sinónimos de torturas y venenos. ¡De qué forma tan peculiar en otro tiempo Erwin, su amigo, había sonreído mientras ponía el ídolo en su mano ! Una forma muy peculiar, muy significativa, muy hostil.

Frederick resistió valientemente -y muchos, días no sin éxito- la tendencia obsesiva de sus pensamientos. Presentía el peligro claramente: ¡volverse loco! No, era mejor morir. La razón es necesaria, la vida no. Y se le ocurrió que quizá eso era la magia, que Erwin, con la ayuda de aquella figura, le había encantado en cierto modo, y que debería sucumbir en un sacrificio como el defensor de la razón y la ciencia contra aquellos funestos poderes, Sin embargo, de ser as!, si eso era posible, la magia existía, la hechicería existía. ¡No, mejor era morir!

Un doctor le recomendó paseos y baños. A veces, en busca de distracción, pasaba la noche en una posada. Pero no le sirvió de nada. Maldecía a Erwin y se maldecía a sí mismo.

Una noche, como solía hacer ahora con frecuencia, se retiró temprano y estuvo inquieto en la cama, imposibilitado de dormir. Se sentía indispuesto e intranquilo. Deseaba meditar, deseaba hallar tranquilidad, decirse cosas reconfortantes, tranquilizadoras, frases de recta serenidad y claridad. "Dos y dos son cuatro". Nada vino a su mente; en un estado casi de delirio musitó sonidos y sílabas para sí. Gradualmente las palabras se formaron en sus labios, y varias veces, sin comprender su ?significado, repitió la misma frase para sí, como si hubiese tomado forma en él de algún modo. La murmuró una y otra vez, como si absorbiese una droga, como si en ella buscase a tientas su camino hacia el sueño que le eludía en el estrecho sendero que bordeaba el abismo.

Pero súbitamente, al levantar un poco la voz, las palabras que estaba musitando penetraron en su conciencia. Las conocía: "¡Sí, ahora estás dentro de mí!" E instantáneamente comprendió. ¡Supo lo que significaban, que se referían al ídolo de arcilla, que entonces, en aquella hora gris de la noche, se había cumplido puntual y exactamente la profecía que Erwin le había hecho un espantoso día, que la figura que sostuvo desdeñosamente en sus dedos ya no estaba fuera de él sino dentro de él! "Pues lo que está fuera está dentro".

Incorporándose de un salto, experimentó como si le estuvieran haciendo una transfusión de hielo y fuego. El mundo vacilaba a su alrededor, los planetas le miraban fija y alocadamente. Encendió la luz, se puso algunas ropas, abandonó su casa y corrió en plena noche hacia,la de Erwin. Vio una luz encendida en la ventana del estudio que conocía tan bien; la puerta de la casa ,estaba abierta: todo parecía estar esperándole. Subió precipitadamente la escalera. Penetró con paso inseguro ,en el estudio de Erwin, y se apoyó con temblorosas manos sobre la mesa. Erwin se hallaba sentado junto a la lámpara, bajo su suave luz, pensativo y sonriente.

Cortésmente Erwin se puso en pie.

-Has venido. Eso está bien.

-¿Has estado esperándome? ?preguntó Frederick.

-He estado esperándote, como sabes, desde el momento en que te fuiste de aquí con mi pequeño obsequio. ¿Ha sucedido lo que dije entonces?

-Ha sucedido -admitió-. El ídolo está dentro de mí. Ya no puedo soportarlo más.

-¿Puedo ayudarte? -preguntó Erwin.

-No Io sé. Haz lo que quieras. ¡Explícame más acerca de tu magia. Dime si el ídolo puede salir de mí otra vez.

Erwin puso su mano sobre el hombro de su amigo. Le condujo hacia un sillón y le obligó a sentarse en él. Luego dijo cordialmente, en un casi fraternal tono de voz:

-El ídolo saldrá de ti otra vez. Ten confianza en mí. Ten confianza en ti mismo. Has aprendido a creer en él. ¡Ahora aprende a amarlo! Está dentro de ti, pero continúa muerto, es aun un fantasma para ti. ¡Despiértalo, háblale, pregúntale! ¡Pues es tú mismo! ¡No le odies, no le temas, no le atormentes! ¡Cómo has atormentado a ese pobre ídolo, que sin embargo eras tú mismo! ¡Cómo te has atormentado a ti mismo!

-¿Es ése el camino de la magia? -preguntó Frederick. Se hallaba profundamente hundido en el sillón, como si hubiera envejecido, y su voz era débil.

-Ese es el camino -contestó Erwin-, y quizá has dado ya el paso más difícil. Has hallado por experiencia que el fuera puede convertirse en el dentro. Has estado más allá del par de antítesis. ¡Te pereció el infierno; aprende ahora amigo mío, qué es el cielo!. Porque es el cielo el que te espera. Mira, esto es la magia: intercambiar el fuera y el dentro o, no por el impulso, ni con la angustia, como tú lo has hecho, sino libremente, voluntariamente. Llama al pasado, llama al futuro: ¡ambos se hallan en ti! Hasta hoy has sido el esclavo del dentro. Aprende a ser su dueño. Eso es la magia.

 

QUÉDATE QUIETO


Angel Gonzalez

Deja para mañana
lo que podrías haber hecho hoy
(y comenzaste ayer sin saber cómo).

Y que mañana sea mañana siempre;

que la pereza deje inacabado
lo destinado a ser perecedero;
que no intervenga el tiempo,
que no tenga materia en que ensañarse.

Evita que mañana te deshaga
todo lo que tu mismo
pudiste no haber hecho ayer.

Farabeuf

Farabeuf

(fragmento)



Por Salvador Elizondo

Farabeuf, Fondo de Cultura Económica, 5º edición, 2000, México





"-¿Ve usted? Esa mujer no puede estar del todo equivocada. Su inquietud, maestro, proviene del hecho de que aquellos hombres realizaban un acto semejante a los que usted realiza en los sótanos de la Escuela cuando sus alumnos se han marchado y usted se queda a solas con todos los cadáveres de hombres y mujeres. Sólo que ellos aplicaban el filo a la carne sin método. En ello descubrió usted una pasión más intensa que la de la simple investigación, y es por eso que valido de su uniforme azul y sus polainas blancas, abriéndose paso a codazos y a empellones se colocó usted frente al "hecho" para crear en medio de él un espacio de horror después de haber colocado pacientemente su enorme aparato fotográfico."

(…)

"Todas aquellas filosísimas navajas y aquellos artilugios, investidos de una crueldad necesaria a la función a la que estaban destinados, adquirían una belleza dorada, como orfebrerías barrocas brillando en un ámbito de terciopelo negro, fastuosos como los joyeles de un príncipe oriental que se sirviera de ellos para provocar sensaciones voluptuosas en los cuerpos de sus concubinas, o para provocar torturas inefables en la carne anónima y tensa de un supliciado."

(…)

"Su mirada todo lo invadiría con una sensación de amor extremo, con el paroxismo de un dolor que está colocado justo en el punto en que la tortura se vuelve un placer exquisito y en que la muerte no es sino una figuración precaria del orgasmo."

(…)

"No pensaste jamás que ese espejo eran mis ojos, que esa puerta que el viento abate era mi corazón, latiendo, puesto al desnudo por la habilidad de un cirujano que llega en la noche a ejercitar su destreza en la carroña ansiosa de nuestros cuerpos."

(…)

"¿Por qué te has detenido?, ¿por qué se ha congelado este momento?, ¿por qué lo has invocado mediante aquel garabato que tu mano trazó al azar sobre el vidrio empañado? Si hubieras llegado hasta donde ibas, si hubieras logrado borrarlo con la palma de tu mano, la vida, tal vez, hubiera proseguido y nada su hubiera detenido": el instante concibe en la detención del tiempo en una detención metafísica, en el punto constitutivo, justo donde se abren las tapas de un libro: el acto de morir, en este sentido, como una lectura de ese signo indeleble sobre el vidrio. El ideograma (escrito con la punta del dedo, p. 36) remite a la idea, es la escritura de la idea: la idea llevada a superficie. De esta forma lo muerto, lo que se ausenta (lo in-existente inmediato) deviene vivo en el momento de su lectoescritura. Siguiendo esto, se podría postular que el signo vaciado de su contenido como algo anterior a él, al ser éste autónomo en un instante, ha perdido su memoria, es una especie de olvido significativo, de su función. Hablar de instante conlleva hablar del instante en que se quiebra la memoria ("más allá del suplicio la memoria se congelaba", p. 43), en que es fracturada en montones de instantes, agrupados en el arbitrio mismo: la realidad del instante es una realidad fractal, donde todo "deja de ser" para convertirse, a través del azar, en otra cosa:

"-Fotografiad un moribundo- dijo Farabeuf-, y ved lo que pasa. Pero tened en cuenta que un moribundo es un hombre en el acto de morir y que el acto de morir es un acto que dura un instante -dijo Farabeuf-, y que por lo tanto, para fotografiar a un moribundo es preciso que el obturador del aparato fotográfico accione precisamente en el único instante en el que el hombre es un moribundo, es decir, en el instante mismo en que le hombre muere".

 

Poesìa - Angel Gonzàlez


Me falta una palabra, una palabra

sólo.

Un niño pide pan; yo pido menos.

Una palabra dadme, una sencilla

palabra que haga juego

con...

Qué torpes

mujeres sucias me interrumpen

con su lento

llorar...

Comprended: cualquiera de vosotros,

olvidada en sus bolsos, en su cuerpo,

puede tener esa palabra.

Cruza más gente rota, llegan miles

de muertos.

La necesito: ¿No veis

que sufro?

Casi la tenía ya y vino ese hombre

ceniciento.

Ahora...

¡Una vez más!

Así no puedo.









 

The Rain Song


It is the springtime of my loving - the second season I am to know

You are the sunlight in my growing - so little warmth I've felt before.

It isn't hard to feel me glowing - I watched the fire that grew so low.



It is the summer of my smiles - flee from me Keepers of the Gloom.

Speak to me only with your eyes. It is to you I give this tune.

Ain't so hard to recognize - These things are clear to all from

time to time.



Talk Talk - I've felt the coldness of my winter

Led Zeppelin




I never thought it would ever thaw. I cursed the gloom that set upon us...

But I know that I love you so



These are the seasons of emotion and like the winds they rise and fall

This is the wonder of devotion - I seek the torch we all must hold.

This is the mystery of the quotient - Upon us all a little rain must fall.

 

MUERTE EN EL OLVIDO





Yo sé que existo



porque tú me imaginas.



Soy alto porque tú me crees



alto, y limpio porque tú me miras



con buenos ojos,



con mirada limpia.



Tu pensamiento me hace



inteligente, y en tu sencilla



ternura, yo soy también sencillo



y bondadoso.



Pero si tú me olvidas



quedaré muerto sin que nadie



lo sepa. Verán viva



mi carne, pero será otro hombre



- oscuro, torpe, malo - el que la habita...

 

AGUA NO HUYAS DE LA SED, DETENTE







¡Agua, no huyas de la sed, detente!

Detente, oh claro insomnio, en la llanura

de este sueño sin párpados que apura

el idioma febril de la corriente.


No el tierno simulacro que te miente,

entre rumores, viva; no madura,

ama la sed esa tensión de hondura

Conque saltó tu flecha de la fuente.


Detén, agua, tu prisa, porque en tanto

te ciegue el ojo y te estrangule el canto,

dictar debieras a la muerte zonas;


que por tu propia muerte concebida,

sólo me das la piel endurecida

¡oh movimiento, sierpe! Que abandonas.


Carlos Gorostiza





 

A quièn abrazarìas ahora?

 Tienes un minuto para abrazar a una persona antes de que acabe el mundo.
A quièn elegirìas?

Pasado y Presente

Antonio Gramsci

Pasado y presente (fragmento)



" La actual generación tiene una extraña forma de autoconciencia y ejercita sobre sí misma una extraña forma de autocrítica. Tiene conciencia de ser una generación de transición, o mejor aun, cree ser algo así como una mujer encinta: cree estar a punto de dar a luz y espera que le nazca un gran hijo. Se lee a menudo que “se está a la espera de un nuevo Cristóbal Colón que descubrirá una nueva América del arte, de la civilización, de las costumbres”. También se ha escrito que vivimos en una época predantesca: se espera al nuevo Dante que sintetice potentemente lo viejo y lo nuevo y dé a lo nuevo el impulso vital. Este modo de pensar, recurriendo a imágenes míticas tomadas del desarrollo histórico pasado, es muy curioso e interesante para comprender el presente, su vacuidad, su falencia intelectual y moral. Se trata de una de las formas más extravagantes del “juicio de la posteridad”. En realidad, con todas las profesiones de fe espiritualistas y voluntaristas, historicistas y dialécticas, etc., el pensamiento que domina es el evolucionista vulgar, fatalista, positivista. Se podría plantear así la cuestión: toda “bellota” puede pensar en convertirse en encina. Si las bellotas tuvieran una ideología, sería precisamente la de sentirse “grávidas” de encina. Pero en la realidad, el 999 por mil de las bellotas sirven de pasto a los chanchos y a lo sumo, contribuyen a elaborar salchichas y mortadela. "

 

Angel Gonzàlez

Palabra muerta, palabra perdida



" Mi memoria conserva apenas solo

el eco vacilante de su alta melodía:

lamento de metal, rumor de alambre,

voz de junco, también

latido, vena.

Recuerdo claramente su erre temblorosa,

su estremecida erre suspendida

sobre un abismo de silencio y ámbar,

desprendiéndose casi

de la música oscura que por detrás la asía,

defendiéndose apenas

del cálido misterio que la alzaba en el aire

creando un solo cuerpo de luz y de belleza.

Luminosa y precisa,

yo la sentía en mi ser profundamente,

sabía su sentido,

descifraba sin llanto su mensaje,

porque acaso ella fuese

-o sin acaso: cierto-

la única palabra irrefrenable

que mi sangre entendía y pronunciaba:

una palabra para estar seguro,

talismán infalible

significando aquello que nombraba.

Como un perfume que lo explica todo,

como una luz inesperada,

su presencia de viento y melodía

hería los sentidos, golpeaba

el corazón,

estremecía la carne

con el presentimiento verdadero

de la honda realidad que descubría.

Pronunciarla despacio equivalía

a ver, a amar, a acariciar un cuerpo,

a oler el mar, a oír la primavera,

a morder una fruta de piel dulce.

Todo ocurría así, hasta que un día

la dije bien, y no entendí su cántico.

La grité clara, la repetí dura,

y esperé ávidamente,

y percibí, lejano,

un eco inexplicable, infiel

reflejo

que en vez de iluminar, oscurecía,

que en vez de revelar, cubrió de tierra

la imprecisa nostalgia de su antiguo mensaje.

Cuando un nombre no nombra, y se vacía,

desvanece también, destruye, mata

la realidad que intenta su designio. "

 

lunes, julio 03, 2006

No dejen de visitar....

mi nuevo blog:
Ahora ,tengo la pc rota
pero no el alma.
Ahora estoy un poco aqui
y otro poco en el otro blog.
Parafraseando a mi almigo, si almigo
es un amigo
del lapsus que es esta inconsciente.
amigo mio ,bah....
El se referìa al amor especìficamente ,
yo creo que todo es eterno mientras dura.

Frase

Estos hijos son míos, estas riquezas son mías.
Así habla el insensato, y se atormenta.
La verdad es que uno no se pertenece a sí mismo.
¿Qué decir de los hijos?
¿Qué de las riquezas?
(M. Houellebecq:
"Ampliación del campo de batalla",
cap. V)