domingo, julio 30, 2006

Angel Gonzàlez

Palabra muerta, palabra perdida



" Mi memoria conserva apenas solo

el eco vacilante de su alta melodía:

lamento de metal, rumor de alambre,

voz de junco, también

latido, vena.

Recuerdo claramente su erre temblorosa,

su estremecida erre suspendida

sobre un abismo de silencio y ámbar,

desprendiéndose casi

de la música oscura que por detrás la asía,

defendiéndose apenas

del cálido misterio que la alzaba en el aire

creando un solo cuerpo de luz y de belleza.

Luminosa y precisa,

yo la sentía en mi ser profundamente,

sabía su sentido,

descifraba sin llanto su mensaje,

porque acaso ella fuese

-o sin acaso: cierto-

la única palabra irrefrenable

que mi sangre entendía y pronunciaba:

una palabra para estar seguro,

talismán infalible

significando aquello que nombraba.

Como un perfume que lo explica todo,

como una luz inesperada,

su presencia de viento y melodía

hería los sentidos, golpeaba

el corazón,

estremecía la carne

con el presentimiento verdadero

de la honda realidad que descubría.

Pronunciarla despacio equivalía

a ver, a amar, a acariciar un cuerpo,

a oler el mar, a oír la primavera,

a morder una fruta de piel dulce.

Todo ocurría así, hasta que un día

la dije bien, y no entendí su cántico.

La grité clara, la repetí dura,

y esperé ávidamente,

y percibí, lejano,

un eco inexplicable, infiel

reflejo

que en vez de iluminar, oscurecía,

que en vez de revelar, cubrió de tierra

la imprecisa nostalgia de su antiguo mensaje.

Cuando un nombre no nombra, y se vacía,

desvanece también, destruye, mata

la realidad que intenta su designio. "

 

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