domingo, agosto 27, 2006

Libertad para mis vecinos de la Fox

VIAJE A LA GUERRA



Hernán Zin está de viaje por los conflictos armados del siglo XXI.

Una denuncia sobre el negocio de las armas y sus consecuencias
Entrà y enterate de los detalles de la liberaciòn de los periodistas de la Fox.

 

Soneto de tus vísceras






Harto ya de alabar tu piel dorada,

tus externas y muchas perfecciones,

canto al jardín azul de tus pulmones

y a tu tráquea elegante y anillada.





Canto a tu masa intestinal rosada

al bazo, al páncreas, a los epiplones,

al doble filtro gris de tus riñones

y a tu matriz profunda y renovada.





Canto al tuétano dulce de tus huesos,

a la linfa que embebe tus tejidos,

al acre olor orgánico que exhalas.





Quiero gastar tus vísceras a besos,

vivir dentro de ti con mis sentidos...

Yo soy un sapo negro con dos alas.


Baldomero Fernàndez Moreno
 

Betty Boop

La caricatura que marcó un hito como símbolo de la liberación sexual de la mujer, hoy festeja un nuevo aniversario de su aparición.
Betty Boop fue el primer personaje que se animó a mostrar a una mujer sensual y a revelar su sexualidad. Con vestidos cortos que no escatiman en escote, sus creadores trataron de hacer visible su faceta sexy, haciendo que los demás personajes intentaran siempre verla mientras se vestía. En la caricatura Betty Boop´s Bamboo Isle, ella apareció sólo cubierta con un collar de flores y una pollera hawaiana, bailando el hula-hula. Toda una osadía para la época.

Sin embargo, no tardó en caer sobre ella la censura. En 1934, los guionistas debieron transformar a Betty en una corriente ama de casa, con vestidos largos y recatados, sin marido y sólo acompañada de un perro llamado Pudgy. Obviamente, esto hizo caer en el abismo al personaje, que ya no atraía a su público habitual. Desapareció en 1939, y recién reapareció hacia la segunda mitad del siglo, como símbolo de la liberación sexual, en el marco del movimiento contracultural de los Estados Unidos.

A pesar de todas las críticas sobre su “promiscuidad”, los creadores trataron siempre de que el personaje, que oficialmente tenía 16 años, permaneciera “puro”. Por ejemplo, en la película Boop-Oop-A-Doop, Betty le cuenta al payaso Koko que, a pesar de ser amenazada, el malo "¡no pudo quitarme mi Boop-Oop-A-Doop!". Una manera sutil de sentar posición sobre un tema que, años después, sería la característica excluyente que haría a Betty Boop conocida en el mundo.

 

PÓQUER DE ASES

Esta nota me la ha enviado mi amiga Ana, que vive en Paris y con quien compartimos gustos
Cortàzar, Vicent..
Espero que lo disfruten tanto como yo!
Ana, amiga , gracias ...
JULIO CORTÁZAR




Con el sonido y la libertad del jazz


MANUEL VICENT

EL PAÍS - Última - 27-08-2006



Tenía las piernas demasiado largas para ser ciclista, pero se paseaba por París montado en una bicicleta que había bautizado con el nombre de Aleluya, por aquel París que de buena mañana, con las calles recién regadas, olía a croasán y a pan caliente. Vivía como un estudiante y no era un estudiante; daba la sensación de estar exiliado y no era un exiliado; queda por saber si Julio Cortázar era realmente argentino y no un ser desarraigado, que había convertido la literatura fantástica, el jazz, la pintura de vanguardia, el boxeo y el cine negro en su única patria y París en una metáfora, en una cartografía íntima. Si ser argentino consiste en estar triste y en estar lejos, Julio Cortázar hizo de su parte todo lo posible por responder a ese modelo, que cada lector podía armar y desarmar a su manera.
Había nacido en Bruselas, en 1914, hijo de madre francesa y de un diplomático argentino, agregado comercial de la embajada de su país en Bélgica, que los abandonó al poco tiempo. Pasó la infancia en Banfield, una barriada al sur de la capital porteña, y en la adolescencia una enfermedad le permitió comerse mil libros; luego se graduó de maestro y fue profesor en la universidad de Cuyo, en Mendoza, pero su espíritu refinado acabó por chocar contra lo más grasiento del peronismo. Hubo otros enredos. Por la pasión con una de sus alumnas, Nelly Martín, aquellos burgueses de provincias lo aislaron con un cordón sanitario, y el hecho de que un día se negara en público a besar el anillo del nuncio Serafini acabó por convertirlo en un proscrito. Estaba ya listo para decir adiós a todo aquello.
El joven Cortázar conoció a la traductora Aurora Bernárdez, hija de emigrantes gallegos, que sería su primera mujer; en 1951 consiguió una beca del gobierno francés y con ese pretexto se instaló definitivamente en París. Ya había escrito Bestiario, el primer libro de cuentos, ponderado por Borges, que se convertiría en el germen de su fama. Realmente, se sentía muy lejos. Podías imaginarlo sentado en la terraza de cualquier café del Barrio Latino midiendo con la mente la distancia que lo separaba de Buenos Aires, mientras escribía Rayuela, su obra maestra, sin ahorrarse un gramo de melancolía. Tal vez por allí cruzaban los grandes del jazz, de paso por París, que después de una noche de gloria en la sala Pleyel volvían a llenar el depósito de whisky en el mercadillo callejero de la rue de Seine, antes de irse a la cama en el hotel La Louisiane, donde se hospedaban. En esa calle empieza la acción de Rayuela, por allí va Oliveira hasta el arco del Quai de Conti para encontrarse con la Maga. En ese hotel vivieron Sartre y Simone de Beauvoir. Y también Albert Camus y Juliette Greco. Ahora, en su angosto ascensor, unas chicas molonas que soñaban con ser modelos de Yves Saint Laurent se entreveraban con Miles Davis y Charlie Parker, uno con la trompeta y otro con el saxo a cuestas.
Amar a Cortázar fue el oficio obligado de toda una generación. En él se reconoció una tribu, que a mitad de los años sesenta había descubierto con sorpresa que en castellano también se podía escribir con la misma libertad con que suena del jazz, rompiendo el principio de causalidad, o de la manera con que Duchamp cambiaba de sitio los objetos cotidianos y los colocaba en un lugar imprevisto para que una mirada nueva los convirtiera en arte. Un argentino con acento francés que arrastraba guturalmente las erres podía ser muy seductor, y si encima usaba gafas de carey negro como Roger Vadim sin necesitarlas, y aún tenía la cara de joven universitario de la Sorbona a los 50 años y el jersey de cuello vuelto le hacía juego con el mechón de pelo que le sombreaba la frente y aparecía en las fotos tocando la trompeta y se comportaba con una ética personal coherente con lo que escribía, no es extraño que produjera estragos entre los lectores libres e imaginativos de entonces. No había ninguna chica que, después de leer Rayuela, no soñara con ser la Maga.
Cuando en 1981 Mitterrand le concedió la nacionalidad francesa, en una pared de Buenos Aires apareció esta pintada: "Volvé, Julio, qué te cuesta". Cortázar volvió a Buenos Aires para visitar a su madre muy enferma y se le vio vagar por el aeropuerto de Eceiza como un extraño, sin que nadie hubiera acudido a recibirle. Nunca fue aceptado por ninguna autoridad establecida. Hoy, en el barrio de Palermo de Buenos Aires hay una plazoleta con su nombre, de la que arranca la calle dedicada a Jorge Luis Borges y muy cerca se alarga un paredón donde en la oscuridad se sacrifican los travestis.
Conoció otros amores. La lituana Unge Karvelis forzó su divorcio con Aurora y lo concienció políticamente, y a partir de entonces hubo el otro Cortázar: el que bajó de la torre de marfil al barro para comprometerse con las causas perdidas, el que firmaba manifiestos, presidía tribunales contra las tiranías de Videla y de Pinochet, el que amaba a Salvador Allende y el sandinismo de Nicaragua; esta actitud militante, unida a su estética de vanguardia, fue una mezcla explosiva para sus lectores de izquierdas, pero acabó por distanciarlo de algunos viejos amigos y colegas latinoamericanos que antepusieron su ideología a su admiración. Luego su pasión por Carol Dunlop le hizo cabalgar en otros viajes, uno de los cuales fue el que los llevó al más allá. Carol partió primero a causa de la leucemia y dos años después esta misma enfermedad acabó también con el escritor. A medida que envejecía su rostro lampiño iba recobrando las facciones de un niño, con sus mismas piernas interminables. Murió el 12 de febrero de 1984 en el hospital de St Lázare y la gallega Aurora Bernárdez, que había vuelto a su lado, lo acompañó hasta el final durmiendo en una colchoneta en el suelo.
Cortázar está enterrado en la misma tumba de Carol, en el cementerio de Montparnasse, y sus fieles, cuando la visitan, cumplen con el rito de dejar sobre la nubecilla grabada en la losa un vaso de vino y un papel con el dibujo de una rayuela, ese juego de los niños en la calle. Sin premios, ni medallas, ni academias, ni ropones severos, se fue al otro mundo sólo con la pasión de sus lectores. En Cortázar amábamos lo que París tenía de libertad y a toda una lista de amores, personajes y lugares secretos, que uno podía confeccionar en un minuto, y también a todas las chicas que pasaban en bicicleta, con la baguette y un libro en la cestilla del manillar y que podían ser la Maga.

LA SOBERBIA DEL ARBOL

Leyenda tibetana
Dicen que hace muchísimo tiempo a los árboles no se les caían las hojas Y sucedió que un anciano iba vagando por el mundo desde joven, su propósito era conocerlo todo. Al final estaba muy pero que muy cansado de subir y bajar montañas atravesar ríos, praderas y andar y andar
De manera que decidió subir a la más alta montaña del mundo, desde donde, quizás, podría ver y conocerlo todo antes de morir.
Lo malo es que la montaña era tan alta que para llegar a la cumbre había que atravesar las nubes y subir más alto que ellas. Tan alta que casi podía tocar la luna con la mano extendida.
Pero al llegar a lo más alto, comprobó que solo podía distinguir un mar de nubes por debajo suyo y no el mundo que deseaba conocer.
Resignado decidió descansar un poco antes de continuar con su viaje.
Siguió andando hasta que encontró un árbol gigantesco. Al sentarse a su gran sombra no pudo menos que exclamar: —¡Los dioses deben protegerte, pues ni la ventisca ni el huracán han podido abatir tu grandioso tronco ni arrancar una sola de tus hojas! —Ni mucho menos, —contestó el árbol sacudiendo sus ramas con altivez y produciendo un gran escándalo con el sonido de sus hojas—, el maligno viento no es amigo de nadie, ni perdona a nadie, lo que ocurre es que yo soy más fuerte y hermoso. El viento se detiene asustado ante mí, no sea que me enfade con él y lo castigue, sabe bien que nada puede contra mí. El anciano se levantó y se marchó, indignado de que algo tan bello pudiese ser tan necio como lo era ese árbol.
Al rato el cielo se oscureció y la tierra parecía temblar Apareció el viento en persona: —¿Qué tal arbolito? —rugió el viento—, así que no soy lo bastante potente para ti, y te tengo miedo? ¡Ja, ja, ja! Al sonido de su risa todos los arboles del bosque se inclinaron atemorizados. —Has de saber que si hasta ahora te he dejado en paz ha sido porque das sombra y cobijo al caminante, ¿No lo sabías? —No, no lo sabía. —Pues mañana a la luz del sol tendrás tu castigo, para que todos vean lo que les ocurre a los soberbios, ingratos y necios. —Perdón, ten piedad, no lo haré más. —¡Ja, ja, ja, de eso estoy seguro, ja, ja ja!
Mientras transcurría la noche el árbol meditaba sobre la terrible venganza del viento. Hasta que se le ocurrió un remedio que quizás le permitiese sobrevivir a la cólera del viento. Se despojó de todas sus hojas y flores. De manera que a la salida del sol, en vez de un árbol magnífico, rey de los bosques, el viento encontró un miserable tronco, mutilado y desnudo.
Al verlo, el viento se echó a reir, cuando pudo parar le dijo así al árbol: —En verdad que ahora ofreces un espectáculo triste y grotesco. Yo no hubiese sido tan cruel, que mayor venganza para el orgullo que la que tu mismo te has infringido, de ahora en adelante, todos los años tu y tus descendientes, que no quisisteis inclinaros ante mi, recuperarás esta facha, para que nunca olvidéis que no se debe ser necio y orgulloso.
Por eso los descendientes de aquel antiguo árbol pierden las hojas en otoño. Para que nunca olviden que nada es más fuerte que el viento.

sábado, agosto 26, 2006

PETITS MIRACLES


une glace crème et citron
l'ombre d'un arbre
la sièste
une lune géante illumine la mer 
l'amour de mon père
ma tristesse sans nom
apprendre à lire et à écrire
une glace crème et chocolat
mes jeux
mes jouets
mon innocence...

                     je suis l'auteur

Paz

Alto el fuego - Líbano/Israel 

VIAJE A LA GUERRA

Hernán Zin está de viaje por los conflictos armados del siglo XXI.

Una denuncia sobre el negocio de las armas y sus consecuencias

¿Quién tiene a mis vecinos de la Fox?

Un sitio contraindicado para necios , negadores de la realidad ...animate...entrà...enterate
de la otra historia , la que narra Hernàn Zin desde la franja de Gaza...

La paz del mundo tambalea.Al menos informate.

LA ENAMORADA






esta lúgubre manía de vivir

esta recóndita humorada de vivir

te arrastra alejandra no lo niegues.



hoy te miraste en el espejo

y te fue triste estabas sola

la luz rugía el aire cantaba

pero tu amado no volvió



enviarás mensajes sonreirás

tremolarás tus manos así volverá

tu amado tan amado



oyes la demente sirena que lo robó

el barco con barbas de espuma

donde murieron las risas

recuerdas el último abrazo

oh nada de angustias

ríe en el pañuelo llora a carcajadas

pero cierra las puertas de tu rostro

para que no digan luego

que aquella mujer enamorada fuiste tú



te remuerden los días

te culpan las noches

te duele la vida tanto tanto

desesperada ¿adónde vas?

desesperada ¡nada más!

(Alejandra Pizarnik, de La última inocencia, 1956)

 

Cada vez lo quiero màs...

“Quedé siempre muy atado al niño que fui.”
        
                     Josè Saramago 




El escritor portugués acaba de terminar sus memorias de infancia.
Pero la charla llega al caso Günter Grass y la situación en el Cercano Oriente.
Hacè un clikc y lee la nota completa.No te la pierdas...

De El País de Madrid. Especial para Página/12.

Nuevos ojos



Me gustò esta frase de Proust:

El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes, sino nuevos ojos.


martes, agosto 22, 2006

El bloqueo de Gaza: pescadores sin mar

VIAJE A LA GUERRA

Hernán Zin está de viaje por los conflictos armados del siglo XXI.
Una denuncia sobre el negocio de las armas y sus consecuencias.

No dejen de entrar al Blog de Hernàn Zin ...despuès me cuentan...
No tiene desperdicio.Eso sì, solo para quienes se bancan la cruda realidad y tienen ganas de comprometerse en acciones posibles...


 Contraindicado para personas que prefieren vivir en la palmera.
Una sobredosis de realidad...Una crònica relatada desde lo profesional y desde el corazòn.


Un Padrenuestro Latinoamericano

Padre nuestro que estás en los cielos

con las golondrinas y los misiles

quiero que vuelvas antes de que olvides

cómo se llega al sur de Río Grande

Pdre nuestro que estás en el exilio

casi nunca te acuerdas de los míos

de todos modos dondequiera que estés

santificado sea tu nombre

no quienes santifican en tu nombre

cerrando un ojo para no ver las uñas

sucias de la miseria

en agosto de mil novecientos sesenta

ya no sirve pedirte

venga a nos el tu reino

porque tu reino también está aquí abajo

metido en los rencores y en el miedo

en las vacilaciones y en la mugre

en la desilusión y en la modorra

en esta ansia de verte pese a todo

cuando hablaste del rico

la aguja y el camello

y te votamos todos

por unanimidad para la Gloria

también alzó su mano el indio silencioso

que te respetaba pero se resistía

a pensar hágase tu voluntad

sin embargo una vez cada tanto

tu voluntad se mezcla con la mía

la domina

la enciende

la duplica

más arduo es conocer cuál es mi voluntad

cuándo creo de veras lo que digo creer

así en tu omniprescencia como en mi soledad

así en la tierra como en el cielo

siempre

estaré más seguro de la tierra que piso

que del cielo intratable que me ignora

pero quién sabe

no voy a decidir

que tu poder se haga o se deshaga

tu voluntad igual se está haciendo en el viento

en el Ande de nieve

en el pájaro que fecunda a la pájara

en los cancilleres que murmullan yes sir

en cada mano que se convierte en puño

claro no estoy seguro si me gusta el estilo

que tu voluntad elige para hacerse

lo digo con irreverencia y gratitud

dos emblemas que pronto serán la misma cosa

lo digo sobre todo pensando en el pan nuestro

de cada día y de cada pedacito de día

ayer nos lo quitaste

dánosle hoy

o al menos el derecho de darnos nuestro pan

no sólo el que era símbolo de Algo

sino el de miga y cáscara

el pan nuestro

ya que nos queda pocas esperanzas y deudas

perdónanos si puedes nuestras deudas

pero no nos perdones la esperanza

no nos perdones nunca nuestros créditos

a más tardar mañana

saldremos a cobrar a los fallutos

tangibles y sonrientes forajidos

a los que tienen garras para el arpa

y un panamericano temblor con que se enjugan

la última escupida que cuelga de su rostro

poco importa que nuestros acreedores perdonen

así como nosotros

una vez

por error

perdonamos a nuestros deudores

todavía

nos deben como un siglo

de insomnios y garrote

como tres mil kilómetros de injurias

como veinte medallas a Somoza

como una sola Guatemala muerta

no nos dejes caer en la tentación

de olvidar o vender este pasado

o arrendar una sola hectárea de su olvido

ahora que es la hora de saber quiénes somos

y han de cruzar el río

el dólar y su amor contrarrembolso

arráncanos del alma el último mendigo

y líbranos de todo mal de conciencia

amén.


  Mario Benedetti
 

La felicidad


"Hay maravillas que pueden conseguirse todos los días, pero que necesitan

precisión: cualquier párrafo de Gabriel García Márquez, el sabor

aterciopelado del café cuando no hierve, una flauta de Mozart sonando en el

coche mientras afuera ruge el tránsito más fiero, una aspirina a tiempo, un

beso a destiempo."

ÁNGELES MASTRETTA, El cielo de los leones.

 

Borges

FRAGMENTOS DE UN EVANGELIO APÓCRIFO





  

· Desdichado el pobre en espíritu, porque bajo la tierra será lo que ahora es en la tierra.

· Desdichado el que llora, porque ya tiene el hábito miserable del llanto.

· Feliz el que no insiste en tener razón, porque nadie la tiene o todos la tienen.

· Feliz el que perdona a los otros y el que se perdona a sí mismo.

· Bienaventurados los mansos, porque no condescienden a la discordia.

· Bienaventurados los misericordiosos, porque su dicha está en el ejercicio de la misericordia y no en la esperanza de un premio.

· Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque les importa más la justicia que su destino humano.

Nadie es la sal de la tierra; nadie, en algún momento de su vida, no lo es.

· Que la luz de una lampara se encienda, aunque ningún hombre la vea. Dios la verá.

· No odies a tu enemigo, porque si lo haces, eres de algún modo su esclavo. Tu odio nunca será mejor que tu paz.

· No exageres el culto de la verdad; no hay hombre que al cabo de un día, no haya mentido con razón muchas veces.

· No jures, porque todo juramento es un énfasis.

· Resiste al mal, pero sin asombro y sin ira. A quien te hiriere en la mejilla derecha, puedes volverle la otra, siempre que no te mueva el temor.

· Yo no hablo de venganza ni de perdones; el olvido es la única venganza y el único perdón.

· Hacer el bien a tu enemigo puede ser obra de justicia y no es arduo; amarlo, tarea de ángeles y no de hombres.

· Hacer el bien a tu enemigo es el mejor modo de complacer tu vanidad.

· No acumules oro en la tierra, porque el oro es padre del ocio, y éste, de la tristeza y del tedio.

· Busca por el agrado de buscar, no por el de encontrar.

· Nada se edifica sobre la piedra, todo sobre la arena, pero nuestro deber es edificar como si fuera piedra la arena.

· Feliz el pobre sin amargura o el rico sin soberbia.

· Felices los valientes, los que aceptan con ánimo parejo la derrota o las palmas.

· Felices los amados y los amantes y los que pueden prescindir del amor.
     
       Jorge Luis Borges
 

La Carencia





Yo no sé de pájaros,

no conozco la historia del fuego.

Pero creo que mi soledad debería tener alas.



Alejandra Pizarnik, Las aventuras perdidas, 1958

 

domingo, agosto 06, 2006

http://blogs.20minutos.es/enguerra

Enterate 

Domingo.Hora 20.26


   Sobrevivo 
Triste
y leo:

Viviendo Fuera del Círculo

Siempre siento que no soy digno de ser amado. Siento que esto hace que mantenga mi puerta cerrada y ahora mi corazón está sufriendo pero he olvidado en dónde está la puerta.
Es uno de los crímenes que se han cometido contra todos por todas partes en la sociedad humana: tú has sido condicionado y te han dicho continuamente que eres indigno.

Debido a este condicionamiento, la mayoría de la humanidad se ha dado por vencida incluso de desear cualquier aventura, cualquier peregrinaje a las estrellas; están muy convencidos de que son indignos. Sus padres les decían, “eres indigno.” Sus profesores les decían, “eres indigno.” Sus sacerdotes les decían, “eres indigno.” Todos forzaba la idea en ellos de que eran indignos. Naturalmente, ellos aceptaron la idea.

Una vez que aceptas la idea de que eres indigno, naturalmente te cierras. No puede creer que tienes alas, que el cielo entero te pertenece, que sólo tienes que abrir tus alas y el cielo va a ser tuyo, con todas sus estrellas.

No es cuestión de que en alguna parte te has olvidado de abrir una puerta. Tú no tienes ninguna puerta, tú no tienes ninguna pared. Este ser indigno es simplemente un concepto, una idea. Has sido hipnotizado por la idea.

Desde el mismo comienzo, todas las culturas, todas las sociedades han estado utilizando el hipnotismo para destruir a los individuos — su libertad, su unicidad, su genialidad — porque los intereses creados no están necesitando genios, no necesitan individuos únicos, no necesitan gente que ama la libertad. Están necesitando esclavos, y la única manera psicológica de crear esclavos es condicionar tu mente con la idea de que eres indigno, que no mereces nada; que incluso no mereces lo que tienes, que no deberías pedir nada más. Ya debes demasiado por las cosas que no mereces.

El hipnotismo es un proceso simple de repetición continua. Sólo sigue repitiendo cierta idea y se empieza a asentar dentro de ti, y se convierte en una pared gruesa, invisible. No hay puertas, ni ventanas; tampoco existe ninguna pared .

George Gurdjieff ha recordado su infancia... Él nació en el Cáucaso, una de las partes más primitivas del mundo. Sigue estando en la etapa donde estaba la humanidad cuando vivía de la cacería; incluso el cultivo no ha comenzado. La gente del Cáucaso son grandes cazadores y cualquier sociedad que vive de la cacería está destinada a ser una sociedad nómada. No puede construir casas, no puede construir ciudades, porque no es posible depender de los animales. Hoy están disponibles aquí, mañana no lo estarán. Ciertamente los matarás, y debido a tu presencia se escaparán; los matarán o escaparán.

Gurdjieff fue criado por una sociedad nómada, así que él venía casi de otro planeta. Él sabía algunas cosas que nosotros hemos olvidado. Él recuerda que en su infancia los nómadas hipnotizaban a sus niños, porque no podían llevarlos con ellos contínuamente mientras cazaban. Tienen que dejarlos en alguna parte debajo de un árbol, en un lugar seguro. ¿Pero cuál es la garantía que esos niños permanecerán allí? Tienen que ser hipnotizados. Así que utilizaron una pequeña estrategia, y la han utilizado durante siglos.

Desde el principio cuando el niño es muy pequeño, harán que él se siente debajo de un árbol. Dibujarán un círculo alrededor del niño con un palillo y le dirán, “tú no puedes salir de este círculo; si te sales de él, morirás.”

Ahora esos niños pequeños creen, al igual que ustedes. ¿Por qué son ustedes cristianos?... porque sus padres les dijeron. ¿Por qué son hindúes? ¿Por qué son jainas? ¿Por qué son musulmanes?... porque sus padres les dijeron.

Esos niños creen que si salen del círculo morirán. Crecen con este condicionamiento. Puedes intentar persuadirlos: “Sal, te daré un dulce.” No pueden, porque la muerte... Incluso a veces si intentan, sienten como si una pared invisible los está previniendo, los empuja nuevamente dentro del círculo. Esa pared existe solamente en sus mentes; no hay pared, no hay nada. A menos que la persona que los ha puesto en el círculo venga y retire el círculo, saque al niño, el niño permanece dentro.

El niño sigue creciendo pero la idea permanece en el inconsciente. Así que incluso un anciano, si su padre dibuja un círculo alrededor de él, no puede salir. Así que no es tan sólo una cuestión del niño; el anciano también lleva todavía su niñez en su inconsciente. No es cuestión de un niño. El grupo entero de nómadas ha puesto a sus niños debajo de árboles cercanos, y todos los niños están sentandos allí durante todo el día. En el momento en que sus padres vuelven, se ha convertido en un condicionamiento tal que no importa lo que suceda, el niño no saldrá del círculo.

Exactamente la misma clase de círculos son dibujados a tu alrededor por tu sociedad. Por supuesto son más sofisticados. Tu religión no es más que un círculo, pero muy sofisticado; tu iglesia, tu templo, tu libro sagrado no es más que un círculo hipnótico.

Uno tiene que entender que está viviendo rodeado por muchos círculos que están sólo en tu mente. No tienen una existencia real, pero funcionan casi como si fueran reales.

El que eres indignos es simplemente un condicionamiento. Nadie es indigno. La existencia no crea gente que es indigna. La existencia no es tonta. Si la existencia crea a tanta gente indigna, entonces toda la responsabilidad recae en la existencia. Entonces se puede concluir definitivamente que la existencia no es inteligente, que no hay inteligencia detrás de ella, que es un fenómeno materialista estúpido y accidental y no hay conciencia en él. Éste es todo nuestro combate, toda nuestra lucha: probar que la existencia es inteligente, que la existencia es inmensamente consciente.

Es la misma existencia la que crea a los Budas Gautama. No puede crear gente indigna. Tú no eres indigno. Así que no es cuestión de encontrar una puerta; sólo existe una comprensión de que el ser indigno es una idea falsa que te es impuesta por quienes quieren que seas un esclavo para toda tu vida.

Lo puedes soltar en este momento. La existencia te da el mismo sol que al Buda Gautama, la misma luna que a Zarathustra, el mismo viento que a Mahavira, la misma lluvia que a Jesús. No hace diferencias, no tiene ninguna idea de discriminación. Para la existencia, el Buda Gautama, Zarathustra, Lao Tzu, Bodhidharma, Kabir, Nanak o tú son exactamente iguales. La única diferencia es que el Buda Gautama no aceptó la idea de ser indigno, él rechazó la idea.

Así que suelta la idea de ser indigno, es simplemente una idea. Y al soltarla, te encuentras bajo el cielo. No es cuestión de puertas; todo está abierto, todas las direcciones están abiertas. El hecho de que existes es prueba suficiente de que la existencia te necesita, te ama, te nutre, te respeta.

La idea de ser indigno es creada por los parásitos sociales. Suelta esa idea. Siéntete agradecido a la existencia... porque solamente crea gente que es digna, nunca crea algo sin valor. Solo crea gente que es necesitada.

Mi énfasis es que cada sanyasin debe respetarse y sentirse agradecido a la existencia por haber sido requerido para estar aquí en esta coyuntura de tiempo y espacio.
Más Allá de la Psicología






Domingo.Hora 19



Algunas veces un sentimiento que no puedo describir llena mi corazon y todo mi ser. Se presenta cuando hay un profundo amor, pero un sentimiento similar llega también con el miedo,la angustia, el dolor, la desesperanza y la frustración.
Hay ciertamente algo muy similar en emociones muy diferentes: que nos sobrecogen. Puede ser amor, puede ser odio, puede ser rabia puede ser cualquier cosa. Si es demasiado, entonces te da la sensación de estar sobrecogido por algo. Incluso el dolor y el sufrimiento pueden crear la misma experiencia, pero el sobrecogimiento no tiene ningun valor en sí mismo. Solamente demuestra que eres un ser emocional.

Es una indicación típica de una personalidad emocional. Cuando se trata de rabia ,es todo rabia. Cuando hay amor es todo amor. Casi como si te emborracharas con la emocion y quedaras ciego. Y, cualquier acción que de ahí surja está equivocada. Incluso si es un amor arrollador, la acción que se desprenderá no será correcta.

Reducida a su base, cuando estás sobrepasado por una emoción pierdes toda razón, pierdes toda sensibilidad, pierdes tu .

Llega a ser casi como una nube negra en la que te pierdes. Entonces todo lo que hagas estará errado.

El amor no tien que ser parte de tus emociones. Esto es generalmente lo que las personas piensan y experimentan, pero todo lo que sobrecoge es muy inestable. Llega como el viento y pasa, dejándote vacío, convulsionado, en tristeza y sufrimiento.

En opinión de aquellos que conocen al hombre en su integridad -su mente, su corazón y su ser- el amor tiene que ser una expresión de tu ser, no una emoción

La emoción es muy frágil , muy cambiante. En un momento lo parece ser todo. En otro momento estás simplemente vacío.

Así, lo primero es sacar al amor de esta multitud de emociones devastadoras. El amor no es sobrecogedor.

Por el contrario, el amor es una enorme revelación, claridad, sensibilidad, conciencia.

Pero esa clase de amor raramente se encuentra, porque muy pocas personas llegan alguna vez a su ser.

Hay personas que aman sus automóviles...Ese amor viene de la mente. Y, luego amas a tu esposa, a tu esposo y a tus hijos; ese amor viene del corazón. Pero, debido a que éste necesita del cambio para mantenerse vivo, y tú no puedes mantener su estado cambiante, se empieza a estancar. el mismo esposo cada día... es una experiencia aburridora. Endurece tu sensibilidad,endurece cualquier posibilidad de disfrute. Empiezas a olvidar poco a poco el lenguaje de la risa. La vida se convierte simplemente en trabajo sin disfrute alguno. Y uno tiene que trabajar porque tiene esposa e hijos.

Tienes que sacar al amor del asidero emocional en el que ha permanecido desde tu nacimiento, y tienes que encontrar una ruta hacia tu ser. A menos que el amor se convierta en parte de tu ser, no va a ser muy diferente de la pena, del sufrimiento, de la tristeza.
Osho Om Shantih, Shantih, Shantih, ·17




 

Dice Osho:



El único problema con la tristeza, la desesperación, el enojo, la desesperanza, la ansiedad, la angustia, la aflicción, es que te quieres deshacer de ellos. Ésa es la única barrera.



Tendrás que vivir con ellos. No puedes simplemente escapar. Son precisamente la situación en la que la vida tiene que integrarse y crecer. Son los desafíos de la vida. Acéptalos. Son bendiciones disfrazadas. Si quieres escapar de ellos, si de alguna manera te quieres librar de ellos, entonces surge un problema, porque si te quieres librar de algo, nunca lo miras directamente y entonces eso mismo empieza a esconderse porque lo estás condenando. Entonces eso va cada vez más profundo dentro del inconsciente, se esconde en el rincón más oscuro de tu ser en donde no puedes encontrarlo. Se dirige hacia el sótano de tu ser y se esconde ahí. Y, por supuesto, mientras más profundo va, más problemas causa, porque entonces comienza a funcionar desde rincones desconocidos de tu ser y tú estás completamente indefenso.



Así que lo primero es: nunca reprimas. Lo primero es: Acéptalo y deja que llegue, deja que llegue frente a ti. De hecho, simplemente el decir "No lo reprimas" no es suficiente. Si me lo permites, me gustaría decir, "Házte su amigo.”



¿Sientes tristeza? Házte su amigo. Ten compasión de ella. La tristeza también tiene su ser. Permítela, abrázala; siéntate con ella, dále la mano. Sé amigable. Enamórate de ella. ¡La tristeza es hermosa! No hay nada malo en ella. ¿Quién te dijo que es malo estar triste? De hecho, solamente la tristeza te da profundidad. La risa es superficial; la alegría está al nivel de la piel. La tristeza llega hasta los huesos, a la médula. Nada llega tan profundo como la tristeza.



Así que no te preocupes. Quédate con la tristeza y ella te llavará hasta lo más profundo de tu ser. Puedes pasear con ella y podrás conocer algunas cosas sobre tu ser que nunca antes habías conocido. Esas cosas sólo pueden ser reveladas estando triste, nunca pueden ser reveladas en la alegría. La oscuridad también es buena y también es divina.



La persona que puede estar pacientemente triste, de repente se encuentra con que una mañana la felicidad está surgiendo en su corazón desde una fuente desconocida. Esa fuente desconocida es la existencia. Te lo has ganado si has estado realmente triste, si has estado realmente desesperanzado, desesperado, infeliz, afligido, si has vivido en el infierno, te has ganado el cielo. Has pagado el precio.



Confronta la vida. Encuentra la vida. Habrá momentos difíciles, pero un día verás que esos momentos difíciles te han dado fuerza porque has salido a su encuentro. Así tenía que ser. Esos momentos difíciles son arduos cuando estás pasando por ellos, pero más tarde te darás cuenta que te han vuelto más integrado. Sin ellos nunca podrías haber estado centrado, con los pies en la tierra.



Permite que la expresión sea una de las reglas más importantes de tu vida. Aunque tengas que sufrir por ello, sufre. Nunca serás un perdedor. Ese sufrimiento te hará cada vez más capaz de gozar de la vida, de regocijarte con la vida.

The Art of Dying

 

La Ira es Poca Cosa


 
¿Cómo puedo estar alerta en medio de fuertes situaciones emocionales? ¡Mi rabia se siente como si miles de caballos salvajes estuvieran desbocados conmigo!
La rabia es muy poca cosa. Si puedes simplemente esperar y observar, no te encontrarás con "miles de caballos salvajes". Si puedes encontrarte aunque sea con un burrito, ¡eso será suficiente! Obsérvala y se irá, poco a poco. Entrará por un lado y saldrá por el otro. Tú solamente tienes que tener un poquito de paciencia para no cabalgar sobre ella.
La ira, celos, envidia, codicia, competitividad…todos nuestros problemas son muy pequeños pero nuestro ego los magnifica, los agranda tanto como puede.
El ego no puede actuar de otra manera; su ira tiene que ser grande. Con su gran ira, su gran miseria, su gran codicia y su gran ambición, él se hace grande.
Pero tú no eres el ego, tú sólo eres un observador. Ponte simplemente a un lado y deja que pasen todos esos miles de caballos; miremos cuánto tiempo les lleva pasar. No hace falta preocuparse. Tal como vienen- son salvajes- se irán. Pero no nos perderemos siquiera de un burrito; ¡saltaremos inmediatamente sobre él! No necesitas miles de caballos salvajes. Algo simplemente tan pequeño, y te has llenado de ira y fuego. Te reirás de eso más tarde, de haber sido tan estúpido.
Si puedes observar sin involucrarte, como si fuera algo que está en la pantalla de un cine o de la televisión…algo está pasando; obsérvalo. Se supone que no haces nada para impedirlo, para reprimirlo, para destruirlo, sacando una espada y matándolo, porque, ¿dónde vas a conseguir la espada?- de la misma fuente de donde proviene la ira. Todo es imaginación.
Observa, simplemente, y no hagas nada- a favor o en contra.
Y te sorprenderás: Aquello que parecía muy grande se vuelve muy pequeño. Pero nuestro hábito nos lleva a exagerar.
Un niño pequeño regresa a casa corriendo- no tiene más de tres años- y le dice a su madre: "Mami, un enorme león rugiendo con fuerza, ¡me ha estado persiguiendo por millas! Pero me las he arreglado para escapar. Se me acercó muchas veces. Estaba a punto de atacarme cuando empecé a correr más rápido".
La madre miró al niño y dijo: "Tommy, ¡te he dicho un millón de veces que no exageres! ¿Cómo vas a encontrarte con un león en la ciudad? …¿y has estado corriendo millas? ¿Y dónde está el león?".
El niño miró fuera de la puerta. Dijo: "Está ahí fuera. Pero para decirte la verdad, sólo es un pequeño perro, ¡pequeñísimo! Sin embargo, cuando me perseguía… Me has pedido que no exagere, y ahora mismo has estado exagerando al decirme que lo has hecho millones de veces".
Nuestras mentes exageran mucho. Tú tienes pequeños problemas, y si dejas de exagerar y ves simplemente, entonces en la puerta hay un pobre perrito. Y no hace falta correr millas; tu vida no está en peligro.
Cuando te viene la rabia, no es algo que te va a matar. Ha estado contigo muchas veces anteriormente, y has sobrevivido perfectamente bien. Es la misma rabia que has confrontado antes. Solamente has algo nuevo, algo que no has hecho nunca: Cada vez que te veas envuelto en ella, peleando. Esta vez observa simplemente, como si no te perteneciera, como si fuera la rabia de alguien más. Y te vas a encontrar con una gran sorpresa: ella desaparecerá en segundos.
Y, cuando desparece la ira sin lucha alguna, deja tras de sí un estado tremendamente hermoso, silencioso y amoroso.
La misma energía que se hubiera podido convertir en una pelea se queda en tu interior. La energía pura es una delicia; estoy citando a William Blake: "Energía es delicia", sólo energía, sin nombre, sin adjetivo alguno. pero tú nunca permites que la energía sea pura. o es rabia, u odio, o amor, o codicia, o deseo. Siempre tiene una connotación; nunca la captas en su pureza.
Cada vez que surja en ti lo que sea, se trata de una gran oportunidad para experimentar la energía pura. Observa, simplemente, y se irá el burro. Puede que se levante un poquito de polvo, pero ese polvo también se asienta por sí mismo; tú no tienes que asentarlo. Tú simplemente esperas. No dejes de esperar y observar, y pronto te encontrarás rodeado de una energía pura que no se ha usado en pelear, en reprimir o en enojarse.
Y energía es disfrute ciertamente. Una vez conoces el secreto del disfrute disfrutarás cada emoción; y cada emoción que surja en ti es una gran oportunidad.
Observa simplemente, y proporciónale una ducha de disfrute a tu ser. Poco a poco todas esas emociones desaparecerán, no volverán más; no vienen si no se las invita. Observación, o estado de alerta, o atención o consciencia, todos son nombres diferentes para un mismo fenómeno: ser el testigo. Ésa es la palabra clave.
Osho: The Invitation, #4






















 

OSHO

“La astucia siempre es una barrera. Y no es inteligencia; es un substituto falso. Una persona inteligente es inocente. Puedes engañar a una persona inteligente muy fácilmente, pero no puedes engañar a una persona astuta, porque la persona astuta es en sí un engaño. Nunca pienses por tanto que la astucia tiene algún valor; su fundamento es el miedo. La lógica que mueve a la astucia es: Si no engañas a otros, los otros te engañarán. Mantén por tanto la astucia y protégete siempre y, antes de que alguien te ataque, atácalo tú, porque el ataque es la mejor defensa. Ésta es la lógica de la astucia: pretender siempre que sabes incluso cuando no es así.”

sábado, agosto 05, 2006

Canción para un niño en la calle



Hoy

rigurosamente hoy



ha nacido un nuevo muerto,



ha nacido un nuevo niño en la calle,



la calle será su escuela,



su universidad, su casa,



el asfalto su morada



y la sociedad urbana



le irá formando en secreto



y el suburbio le hará cama



y ser alarma



y el arrabal le hará diestro



de la lata y el solar,



misterioso, chamullante,



maestro de la miseria,



descuidero, estafador



embaucador, anarquista



o quien sabe,



quien sabe si antes de morirse



o matarse



podrá del hombre vengarse



para ser puente



o ser morada



o reventar tristemente



en una asquerosa arcada,



con perdón, para ser simplemente,



historia de una canción.



Puede ser que una vez



llegue a él



la salvación,



mi salvación;



quién sabrá,



quién podrá



devolverle



la libertad,



mi libertad.



Ojalá alguien me asombre,



ojalá,



ojalá alguien lo logre



y le salve.



De cada trece nuevos niños que nacen,



diez lo hacen en la cama



y tres en la calle,



y mientras los diez primeros comen,



los otros tres se mueren de hambre,



más no puedo seguir juzgando,



no debo,



no tengo hambre.



(Patxi Andión. A donde el agua. Philips. Madrid. 1973)

 

 

No es el amor

Cómo decir de pronto:

tómame entre las manos,

no me dejes caer. Te necesito:

acepta este milagro.





Tenemos que aprender a no asombrarnos

de habernos encontrado,

de que la vida pueda estar de pronto

en el silencio o la mirada.





Tenemos que aprender a ser felices,

a no extrañarnos

de tener algo nuestro.



Tenemos que aprender a no temernos

y a no asustarnos

y a estar seguros.

Y a no causarnos daño.



 

Julia Prilutzky Farny (Argentina)

OCTAVIO PAZ



La treizième revient...c’est encor la première;
et c’est toujours la seule-ou c’est le seul moment;
car es-tu reine, ô toi, la première ou dernière?
es-tu roi, toi le seul ou le dernier amant?
Gérard de Nerval, Arthèmis

Un sauce de cristal, un chopo de agua,
un alto surtidor que el viento arquea,
un árbol bien plantado mas danzante,
un caminar de río que se curva,
avanza, retrocede, da un rodeo
y llega siempre:
un caminar tranquilo
de estrella o primavera sin premura,
agua que con los párpados cerrados
mana toda la noche profecías,
unánime presencia en oleaje,
ola tras ola hasta cubrirlo todo,
verde soberanía sin ocaso
como el deslumbramiento de las alas
cuando se abren en mitad del cielo,

un caminar entre las espesuras
de los días futuros y el aciago
fulgor de la desdicha como un ave
petrificando el bosque con su canto
y las felicidades inminentes
entre las ramas que se desvanecen,
horas de luz que pican ya los pájaros,
presagios que se escapan de la mano,

una presencia como un canto súbito,
como el viento cantando en el incendio,
una mirada que sostiene en vilo
al mundo con sus mares y sus montes,
cuerpo de luz filtrado por un ágata,
piernas de luz, vientre de luz, bahías,
roca solar, cuerpo color de nube,
color de día rápido que salta,
la hora centellea y tiene cuerpo,
el mundo ya es visible por tu cuerpo,
es transparente por tu transparencia,
voy entre galerías de sonidos,
fluyo entre las presencias resonantes,
voy por las transparencias como un ciego,
un reflejo me borra, nazco en otro,
oh bosque de pilares encantados,
bajo los arcos de la luz penetro
los corredores de un otoño diáfano,

voy por tu cuerpo como por el mundo,
tu vientre es una plaza soleada,
tus pechos dos iglesias donde oficia
la sangre sus misterios paralelos,
mis miradas te cubren como yedra,
eres una ciudad que el mar asedia,
una muralla que la luz divide
en dos mitades de color durazno,
un paraje de sal, rocas y pájaros
bajo la ley del mediodía absorto,

vestida del color de mis deseos
como mi pensamiento vas desnuda,
voy por tus ojos como por el agua,
los tigres beben sueño de esos ojos,
el colibrí se quema en esas llamas,
voy por tu frente como por la luna,
como la nube por tu pensamiento,
voy por tu vientre como por tus sueños,




el olvidado asombro de estar vivos;
amar es combatir, si dos se besan
el mundo cambia, encarnan los deseos,
el pensamiento encarna, brotan las alas
en las espaldas del esclavo, el mundo
es real y tangible, el vino es vino,
el pan vuelve a saber, el agua es agua,
amar es combatir, es abrir puertas,
dejar de ser fantasma con un número
a perpetua cadena condenado
por un amo sin rostro;
el mundo cambia
si dos se miran y se reconocen,
amar es desnudarse de los nombres:
"déjame ser tu puta", son palabras
de Eloísa, mas él cedió a las leyes,
la tomó por esposa y como premio
lo castraron después;
mejor el crimen,
los amantes suicidas, el incesto
de los hermanos como dos espejos
enamorados de su semejanza,
mejor comer el pan envenenado,
el adulterio en lechos de ceniza,
los amores feroces, el delirio,
su yedra ponzoñosa, el sodomita
que lleva por clavel en la solapa
un gargajo, mejor ser lapidado
en las plazas que dar vuelta a la noria
que exprime la substancia de la vida,
cambia la eternidad en horas huecas,
los minutos en cárceles, el tiempo
en monedas de cobre y mierda abstracta;

mejor la castidad, flor invisible
que se mece en los tallos del silencio,
el difícil diamante de los santos
que filtra los deseos, sacia al tiempo,
nupcias de la quietud y el movimiento,
canta la soledad en su corola,
pétalo de cristal en cada hora,
el mundo se despoja de sus máscaras
y en su centro, vibrante transparencia,
lo que llamamos Dios, el ser sin nombre,
se contempla en la nada, el ser sin rostro
emerge de sí mismo, sol de soles,
plenitud de presencias y de nombres;
sigo mi desvarío, cuartos, calles,
camino a tientas por los corredores
del tiempo y subo y bajo sus peldaños
y sus paredes palpo y no me muevo,
vuelvo donde empecé, busco tu rostro,
camino por las calles de mí mismo
bajo un sol sin edad, y tú a mi lado
caminas como un árbol, como un río
caminas y me hablas como un río,
creces como una espiga entre mis manos,
lates como una ardilla entre mis manos,
vuelas como mil pájaros, tu risa
me ha cubierto de espumas, tu cabeza
es un astro pequeño entre mis manos,
el mundo reverdece si sonríes
comiendo una naranja,
el mundo cambia
si dos, vertiginosos y enlazados,
caen sobre las yerba: el cielo baja,
los árboles ascienden, el espacio
sólo es luz y silencio, sólo espacio
abierto para el águila del ojo,
pasa la blanca tribu de las nubes,
rompe amarras el cuerpo, zarpa el alma,
perdemos nuestros nombres y flotamos
a la deriva entre el azul y el verde,
tiempo total donde no pasa nada
sino su propio transcurrir dichoso,
no pasa nada, callas, parpadeas
(silencio: cruzó un ángel este instante
grande como la vida de cien soles),
¿no pasa nada, sólo un parpadeo?
—y el festín, el destierro, el primer crimen,
la quijada del asno, el ruido opaco
y la mirada incrédula del muerto
al caer en el llano ceniciento,
Agamenón y su mugido inmenso
y el repetido grito de Casandra
más fuerte que los gritos de las olas,
Sócrates en cadenas" (el sol nace,
morir es despertar: "Critón, un gallo
a Esculapio, ya sano de la vida"),
el chacal que diserta entre las ruinas
de Nínive, la sombra que vio Bruto
antes de la batalla, Moctezuma
en el lecho de espinas de su insomnio,
el viaje en la carretera hacia la muerte
—el viaje interminable mas contado
por Robespierre minuto tras minuto,
la mandíbula rota entre las manos—,
Churruca en su barrica como un trono
escarlata, los pasos ya contados
de Lincoln al salir hacia el teatro,
el estertor de Trotsky y sus quejidos
de jabalí, Madero y su mirada
que nadie contestó: ¿por qué me matan?,
los carajos, los ayes, los silencios
del criminal, el santo, el pobre diablo,
cementerio de frases y de anécdotas
que los perros retóricos escarban,
el delirio, el relincho, el ruido obscuro
que hacemos al morir y ese jadeo
que la vida que nace y el sonido
de huesos machacadosen la riña
y la boca de espuma del profeta
y su grito y el grito del verdugo
y el grito de la víctima...tu falda de maíz ondula y canta,
tu falda de cristal, tu falda de agua,
tus labios, tus cabellos, tus miradas,
toda la noche llueves, todo el día
abres mi pecho con tus dedos de agua,
cierras mis ojos con tu boca de agua,
sobre mis huesos llueves, en mi pecho
hunde raíces de agua un árbol líquido,

voy por tu talle como por un río,
voy por tu cuerpo como por un bosque,
como por un sendero en la montaña
que en un abismo brusco se termina
voy por tus pensamientos afilados
y a la salida de tu blanca frente
mi sombra despeñada se destroza,
recojo mis fragmentos uno a uno
y prosigo sin cuerpo, busco a tientas,

corredores sin fin de la memoria,
puertas abiertas a un salón vacío
donde se pudren todos lo veranos,
las joyas de la sed arden al fondo,
rostro desvanecido al recordarlo,
mano que se deshace si la toco,
cabelleras de arañas en tumulto
sobre sonrisas de hace muchos años,


a la salida de mi frente busco,
busco sin encontrar, busco un instante,
un rostro de relámpago y tormenta
corriendo entre los árboles nocturnos,
rostro de lluvia en un jardín a obscuras,
agua tenaz que fluye a mi costado,

busco sin encontrar, escribo a solas,
no hay nadie, cae el día, cae el año,
caigo en el instante, caigo al fondo,
invisible camino sobre espejos
que repiten mi imagen destrozada,
piso días, instantes caminados,
piso los pensamientos de mi sombra,
piso mi sombra en busca de un instante,

busco una fecha viva como un pájaro,
busco el sol de las cinco de la tarde
templado por los muros de tezontle:
la hora maduraba sus racimos
y al abrirse salían las muchachas
de su entraña rosada y se esparcían
por los patios de piedra del colegio,
alta como el otoño caminaba
envuelta por la luz bajo la arcada
y el espacio al ceñirla la vestía
de un piel más dorada y transparente,


tigre color de luz, pardo venado
por los alrededores de la noche,
entrevista muchacha reclinada
en los balcones verdes de la lluvia,
adolescente rostro innumerable,
he olvidado tu nombre, Melusina,
Laura, Isabel, Perséfona, María,
tienes todos los rostros y ninguno,
eres todas las horas y ninguna,
te pareces al árbol y a la nube,
eres todos los pájaros y un astro,
te pareces al filo de la espada
y a la copa de sangre del verdugo,
yedra ue avanza, envuelve y desarraiga
al alma y la divide de sí misma,
escritura de fuego sobre el jade,
grieta en la roca, reina de serpientes,
columna de vapor, fuente en la peña,
circo lunar, peñasco de las águilas,
grano de anís, espina diminuta
y mortal que da penas inmortales,
pastora de los valles submarinos
y guardiana del valle de los muertos,
liana que cuelga del cantil del vértigo,
enredadera, planta venenosa,
flor de resurrección, uva de vida,
señora de la flauta y del relámpago,
terraza del jazmín, sal en la herida,
ramo de rosas para el fusilado,
nieve en agosto, luna del patíbulo,
escritura del mar sobre el basalto,
escritura del viento en el desierto,
testamento del sol, granada, espiga,

rostro de llamas, rostro devorado,
adolescente rostro perseguido
años fantasmas, días circulares
que dan al mismo patio, al mismo muro,
arde el instante y son un solo rostro
los sucesivos rostros de la llama,
todos los nombres son un solo nombre
todos los rostros son un solo rostro,
todos los siglos son un solo instante
y por todos los siglos de los siglos
cierra el paso al futuro un par de ojos,



no hay nada frente a mí, sólo un instante
rescatado esta noche, contra un sueño
de ayuntadas imágenes soñado,
duramente esculpido contra el sueño,
arrancado a la nada de esta noche,
a pulso levantado letra a letra,
mientras afuera el tiempo se desboca
y golpea las puertas de mi alma
el mundo con su horario carnicero,

sólo un instante mientras las ciudades,
los nombres, lo sabores, lo vivido,
se desmoronan en mi frente ciega,
mientras la pesadumbre de la noche
mi pensamiento humilla y mi esqueleto,
y mi sangre camina más despacio
y mis dientes se aflojan y mis ojos
se nublan y los días y los años
sus horrores vacíos acumulan,

mientras el tiempo cierra su abanico
y no hay nada detrás de sus imágenes
el instante se abisma y sobrenada
rodeado de muerte, amenazado
por la noche y su lúgubre bostezo,
amenazado por la algarabía
de la muerte vivaz y enmascarada
el instante se abisma y se penetra,
como un puño se cierra, como un fruto
que madura hacia dentro de sí mismo
y a sí mismo se bebe y se derrama
el instante translúcido se cierra
y madura hacia dentro, echa raíces,
crece dentro de mí, me ocupa todo,
me expulsa su follaje delirante,
mis pensamientos sólo son su pájaros,
su mercurio circula por mis venas,
árbol mental, frutos sabor de tiempo,


oh vida por vivir y ya vivida,
tiempo que vuelve en una marejada
y se retira sin volver el rostro,
lo que pasó no fue pero está siendo
y silenciosamente desemboca
en otro instante que se desvanece:

frente a la tarde de salitre y piedra
armada de navajas invisibles
una roja escritura indescifrable
escribes en mi piel y esas heridas
como un traje de llamas me recubren,
ardo sin consumirme, busco el agua
y en tus ojos no hay agua, son de piedra,
y tus pechos, tu vientre, tus caderas
son de piedra, tu boca sabe a polvo,
tu boca sabe a tiempo emponzoñado,
tu cuerpo sabe a pozo sin salida,
pasadizo de espejos que repiten
los ojos del sediento, pasadizo
que vuelve siempre al punto de partida,
y tú me llevas ciego de la mano
por esas galerías obstinadas
hacia el centro del círculo y te yergues
como un fulgor que se congela en hacha,
como luz que desuella, fascinante
como el cadalso para el condenado,
flexible como el látigo y esbelta
como un arma gemela de la luna,
y tus palabras afiladas cavan
mi pecho y me despueblan y vacían,
uno a uno me arrancas los recuerdos,
he olvidado mi nombre, mis amigos
gruñen entre los cerdos o se pudren
comidos por el sol en un barranco,



son llamas
los ojos y son llamas lo que miran,
llama la oreja y el sonido llama,
brasa los labios y tizón la lengua,
el tacto y lo que toca, el pensamiento
y lo pensado, llama el que lo piensa,
todo se quema, el universo es llama,
arde la misma nada que no es nada
sino un pensar en llamas, al fin humo:
no hay verdugo ni víctima...
¿y el grito
en la tarde del viernes?, y el silencio
que se cubre de signos, el silencio
que dice sin decir, ¿no dice nada?,
¿no son nada los gritos de los hombres?,
¿no pasa nada cuando pasa el tiempo?
sigo mi desvarío, cuartos, calles,
camino a tientas por los corredores
del tiempo y subo y bajo sus peldaños
y sus paredes palpo y no me muevo,
vuelvo donde empecé, busco tu rostro,
camino por las calles de mí mismo
bajo un sol sin edad, y tú a mi lado
caminas como un árbol, como un río
caminas y me hablas como un río,
creces como una espiga entre mis manos,
lates como una ardilla entre mis manos,
vuelas como mil pájaros, tu risa
me ha cubierto de espumas, tu cabeza
es un astro pequeño entre mis manos,
el mundo reverdece si sonríes
comiendo una naranja,
el mundo cambia
si dos, vertiginosos y enlazados,
caen sobre las yerba: el cielo baja,
los árboles ascienden, el espacio
sólo es luz y silencio, sólo espacio
abierto para el águila del ojo,
pasa la blanca tribu de las nubes,
rompe amarras el cuerpo, zarpa el alma,
perdemos nuestros nombres y flotamos
a la deriva entre el azul y el verde,
tiempo total donde no pasa nada
sino su propio transcurrir dichoso,
—no pasa nada, sólo un parpadeo
del sol, un movimiento apenas, nada,
no hay redención, no vuelve atrás el tiempo,
los muerto están fijos en su muerte
y no pueden morirse de otra muerte,
intocables, clavados en su gesto,
desde su soledad, desde su muerte
sin remedio nos miran sin mirarnos,
su muerte ya es la estatua de su vida,
un siempre estar ya nada para siempre,
cada minuto es nada para simepre,
un rey fantasma rige sus latidos
y tu gesto final, tu dura máscara
labra sobre tu rostro cambiante:
el monumento somos de una vida
ajena y no vivida, apenas nuestra,

—¿la vida, cuándo fue de veras nuestra?,
¿cuando somos de veras lo que somos?,
bien mirado no somos, nunca somos
a solas sino vértigo y vacío,
muecas en el espejo, horror y vómito,
nunca la vida es nuestra, es de los otros,
la vida no es de nadie, todos somos
la vida —pan de sol para los otros,
los otros todos que nosotros somos—,
soy otro cuando soy, los actos míos
son más míos si son también de todos,
para que pueda ser he de ser otro,
salir de mí, buscarme entre los otros,
los otros que no son si yo no existo,
los otros que me dan plena existencia,
no soy, no hay yo, siempre somos nosotros,
la vida es otra, siempre allá, más lejos,
fuera de ti, de mí, siempre horizonte,
vida que nos desvive y enajena,
que nos inventa un rostro y lo desgasta,
hambre de ser, oh muerte, pan de todos,
Eloísa, Perséfona, María,
muestra tu rostro al fin para que vea
mi cara verdadera, la del otro,
mi cara de nosotros siempre todos,
cara de árbol y de panadero,
de chófer y de nube y de marino,
cara de sol y arroyo y Pedro y Pablo,
cara de solitario colectivo,
despiértame, ya nazco:
vida y muerte
pactan en ti, señora de la noche,
torre de claridad, reina del alba,
virgen lunar, madre del agua madre,
cuerpo del mundo, casa de la muerte,
caigo sin fin desde mi nacimiento,
caigo en mí mismo sin tocar mi fondo,
recógeme en tus ojos, junta el polvo
disperso y reconcilia mis cenizas,
ata mis huesos divididos, sopla
sobre mi ser, entiérrame en tu tierra,
tu silencio dé paz al pensamiento
contra sí mismo airado;
abre la mano,
señora de semillas que son días,
el día es inmortal, asciende, crece,
acaba de nacer y nunca acaba,
cada día es nacer, un nacimiento
es cada amanecer y yo amanezco,
amanecemos todos, amanece
el sol cara de sol, Juan amanece
con su cara de Juan cara de todos,


puerta del ser, despiértame, amanece,
déjame ver el rostro de este día,
déjame ver el rostro de esta noche,
todo se comunica y transfigura,
arco de sangre, puente de latidos,
llévame al otro lado de esta noche,
adonde yo soy tú somos nosotros,
al reino de pronombres enlazados,

puerta del ser: abre tu ser, despierta,
aprende a ser también, labra tu cara,
trabaja tus facciones, ten un rostro
para mirar mi rostro y que te mire,
para mirar la vida hasta la muerte,
rostro de mar, de pan, de roca y fuente,
manantial que disuelve nuestros rostros
en el rostro sin nombre, el ser sin rostro,
indecible presencia de presencias...

quiero seguir, ir más allá, y no puedo:
se despeñó el instante en otro y otro,
dormí sueños de piedra que no sueña
y al cabo de los años como piedras
oí cantar mi sangre encarcelada,
con un rumor de luz el mar cantaba,
una a una cedían las murallas,
todas las puertas se desmoronaban
y el sol entraba a saco por mi frente,
despegaba mis párpados cerrados,
desprendía mi ser de su envoltura,
me arrancaba de mí, me separaba
de mi bruto dormir siglos de piedra
y su magia de espejos revivía
un sauce de cristal, un chopo de agua,
un alto surtidor que el viento arquea,
un árbol bien plantado mas danzante,
un caminar de río que se curva,
avanza, retrocede, da un rodeo
y llega siempre...
  Piedra del sol

Niños


undefined

viernes, agosto 04, 2006

VIAJE A LA GUERRA






Ser niño en Gaza

          



Por Hernàn Zin
 










Hernán Zin está de viaje por los conflictos armados del siglo XXI.
Una denuncia sobre el negocio de las armas y sus consecuencias.











Llevamos unos días de cierta calma en Gaza. Continúan el embargo, la falta de luz, los misiles, pero los tanques apenas han cruzado la frontera, sin llegar a sumergirse en los pueblos y campos de refugiados, que es lo que siempre causa más muertes.



Estamos atentos. Esperando a ver qué sucede. Dicen aquí que, como Israel está en la etapa final de la ofensiva en el Líbano, necesita todas sus fuerzas. Ya más adelante volverá a descargar su puño sobre Gaza.





Aprovecho para reflexionar sobre los niños. Muy a menudo me pregunto cómo los afectará toda esta violencia. Las bombas que caen por la noche, los cuerpos de los muertos que son llevados al cementerio al día siguiente, la gente que va armada por la calle, el bloqueo económico, los edificios destruidos, las retratos de los hombres, mujeres y niños asesinados por el ejército de Israel cuyos amigos y familiares pegan en las paredes de sus casas, en los negocios, en los parabrisas de los coches.





La semana próxima entrevistaré a un par de psicólogos que siguen de cerca la situación de la infancia en esta parte del mundo. Por ahora, dos anécdotas que de algún modo representan lo que hasta el momento he percibido de los niños de Gaza.





* * *



Avanzo con un periodista por las callejuelas de Beit Hanun. Lo sigo porque le han indicado un lugar seguro desde el cual sacar fotos de los tanques que han entrado al campo de refugiados. Se escuchan brutales estruendos, vemos gente que corre en dirección contraria a la nuestra.



Nos protegemos tras un bloque de cemento. Estamos en una calle perpendicular a donde se encuentran los tanques. Sus disparos no nos pueden alcanzar. Aunque sí me preocupan los helicópteros Apache, que se mueven con tanta agilidad en esta clase de escenario.



En la otra esquina hay dos milicianos, con la cabeza encapuchada, que se asoman esporádicamente y disparan a los tanques con sus AK 47. Acto seguido, estos responden furiosos.



En unos segundos nos vemos rodeados de niños pequeños que miran nuestras cámaras, se ríen, hacen muecas, gestos divertidos, como si posaran. Nos dicen sowarne, sowarne, que en árabe quiere decir "sácame una foto". De fondo, siguen los ensordecedores bramidos de las bombas, la sucesión de golpes ahogados de la metralla que se clava contra las paredes de ladrillo levantando una nube de polvo.



El periodista al que he seguido hasta aquí, que es ruso, les grita en árabe que se vayan. Pero los niños no le hacen caso. Entonces baja la cámara y me pide que lo imite. “Estos niños están locos, ignóralos que los van a matar por nuestra culpa”, me dice.



Al ver que no se van, que siguen a nuestro lado, de pie en medio de la calle, se levanta y hace gestos con la mano a los milicianos para que les digan a los pequeños que se vayan. Uno de los dos, entrado en carnes, con los pantalones que no le cierran del todo, se saca la capucha y se dirige gritando a los niños. No entiendo lo que dice, pero es evidente que los está echando.



Atónitos, observamos cómo los niños ahora cruzan la calle de una esquina a otra, desafiando a los tanques, alterados, fuera de sí, como si estuvieran en una fiesta, como si todo esto fuera un juego, como si una fuerza ingobernable tirase de ellos, en medio del ruido y los disparos. No lo entiendo. Cojo mi cámara y me voy.



* * *



Mientras avanzamos en el coche rumbo a Beit Lahia, converso con mi buen amigo Kayed acerca de las armas de juguete. Le comento que me sorprende que casi todos los niños tengan una, ya sea las réplicas de plástico de M16, que son extraordinariamente fieles a los originales, o unas mucho más simples hechas con trozos de madera unidos por clavos.





Quiero saber si se trata de un mero acto de imitación de los adultos, en esta sociedad que parece estar, sin excepciones, en pie de guerra contra el enemigo. O si entraña algo más profundo que no logro atisbar.



Kayed me explica que, cuando su hijo mayor comenzó a ir a al escuela el año pasado, lo primero que le pidió fue que le comprara una ametralladora de juguete que había visto en una tienda del barrio. Hasta ese momento no salía solo de casa más que para encontrarse con sus vecinos. Pero ahora se veía obligado a recorrer varias manzanas cada mañana para poder asistir a clase.



- ¿No prefieres que te compre un coche de carrera o unas paletas para jugar con tus amigos? Las armas no me gustan, aunque sean de juguete – me cuenta Kayed que le dijo a su hijo, que tiene cinco años de edad.


- No papá, necesito una ametralladora. Y si aparece un tanque en la calle ¿qué hago?

jueves, agosto 03, 2006

Oigamos la Campana


Por José Saramago

Comenzaré por contar en brevísimas palabras un hecho notable de la vida rural ocurrido en una aldea de los alrededores de Florencia hace más de 400 años.
Estaban los habitantes en sus casas o trabajando los cultivos, entregado cada uno a sus quehaceres y cuidados, cuando de súbito se oyó sonar la campana de la iglesia. En aquellos píos tiempos (hablamos de algo sucedido en el siglo XVI) las campanas tocaban varias veces a lo largo del día, y por ese lado no debería haber motivo de extrañeza, pero aquella campana tocaba melancólicamente a muerto, y eso sí era sorprendente, puesto que no constaba que alguien de la aldea se encontrase a punto de fenecer. Salieron por lo tanto las mujeres a la calle, se juntaron los niños, dejaron los hombres sus trabajos y menesteres, y en poco tiempo estaban todos congregados en el atrio de la iglesia, a la espera de que les dijesen por quién deberían llorar. La campana siguió sonando unos minutos más, y finalmente calló. Instantes después se abría la puerta y un campesino aparecía en el umbral. Pero, no siendo éste el hombre encargado de tocar habitualmente la campana, se comprende que los vecinos le preguntasen dónde se encontraba el campanero y quién era el muerto. “El campanero no está aquí, soy yo quien ha hecho sonar la campana”, fue la respuesta del campesino. “Pero, entonces, ¿no ha muerto nadie?”, replicaron los vecinos, y el campesino respondió: “Nadie que tuviese nombre y figura de persona; he tocado a muerto por la justicia, porque la justicia está muerta”.
¿Qué había sucedido? Sucedió que el rico señor del lugar (algún conde o marqués sin escrúpulos) andaba desde hacía tiempo cambiando de sitio los mojones de las lindes de sus tierras, metiéndolos en la pequeña parcela del campesino, que con cada avance se reducía más. El perjudicado empezó por protestar y reclamar, después imploró compasión, y finalmente resolvió quejarse a las autoridades y acogerse a la protección de la justicia. Todo sin resultado; la expoliación continuó.
Entonces, desesperado, decidió anunciar urbi et orbi (una aldea tiene el tamaño exacto del mundo para quien siempre ha vivido en ella) la muerte de la justicia. Tal vez pensase que su gesto de exaltada indignación lograría conmover y hacer sonar todas las campanas del universo, sin diferencia de razas, credos y costumbres, que todas ellas, sin excepción, lo acompañarían en el toque a difuntos por la muerte de la justicia, y no callarían hasta que fuese resucitada. Un clamor tal que volara de casa en casa, de ciudad en ciudad, saltando por encima de las fronteras, lanzando puentes sonoros sobre ríos y mares, por fuerza tendría que despertar al mundo adormecido... No sé lo que sucedió después, no sé si el brazo popular acudió a ayudar al campesino a volver a poner los lindes en su sitio, o si los vecinos, una vez declarada difunta la justicia, volvieron resignados, cabizbajos y con el alma rendida, a la triste vida de todos los días. Es bien cierto que la historia nunca nos lo cuenta todo...
Supongo que ésta ha sido la única vez, en cualquier parte del mundo, en que una campana, una inerte campana de bronce, después de tanto tocar por la muerte de seres humanos, lloró la muerte de la justicia. Nunca más ha vuelto a oírse aquel fúnebre sonido de la aldea de Florencia, pero la justicia siguió y sigue muriendo todos los días.
Ahora mismo, en este instante en que les hablo, lejos o aquí al lado, a la puerta de nuestra casa, alguien la está matando. Cada vez que muere, es como si al final nunca hubiese existido para aquellos que habían confiado en ella, para aquellos que esperaban de ella lo que todos tenemos derecho a esperar de la justicia: justicia, simplemente justicia. No la que se envuelve en túnicas de teatro y nos confunde con flores de vana retórica judicial, no la que permitió que le vendasen los ojos y maleasen las pesas de la balanza, no la de la espada que siempre corta más hacia un lado que hacia otro, sino una justicia pedestre, una justicia compañera cotidiana de los hombres, una justicia para la cual lo justo sería el sinónimo más exacto y riguroso de lo ético, una justicia que llegase a ser tan indispensable para la felicidad del espíritu como indispensable para la vida es el alimento del cuerpo. Una justicia ejercida por los tribunales, sin duda, siempre que a ellos los determinase la ley, mas también, y sobre todo, una justicia que fuese emanación espontánea de la propia sociedad en acción, una justicia en la que se manifestase, como ineludible imperativo moral, el respeto por el derecho a ser que asiste a cada ser humano.
Pero las campanas, felizmente, no doblaban sólo para llorar a los que morían.
Doblaban también para señalar las horas del día y de la noche, para llamar a la fiesta o a la devoción a los creyentes, y hubo un tiempo, en este caso no tan distante, en el que su toque a rebato era el que convocaba al pueblo para acudir a las catástrofes, a las inundaciones y a los incendios, a los desastres, a cualquier peligro que amenazase a la comunidad. Hoy el papel social de las campanas se ve limitado al cumplimiento de las obligaciones rituales y el gesto iluminado del campesino de Florencia se vería como la obra desatinada de un loco o, peor aún, como simple caso policial. Otras y distintas son las campanas que hoy defienden y afirman, por fin, la posibilidad de implantar en el mundo aquella justicia compañera de los hombres, aquella justicia que es condición para la felicidad del espíritu y hasta, por sorprendente que pueda parecernos,condición para el propio alimento del cuerpo.
He dicho que la Declaración Universal de los Derechos Humanos, tal como está redactada, y sin necesidad de alterar siquiera una coma, podría sustituir con creces, en lo que respecta a la rectitud de principios y a la claridad de objetivos, a los programas de todos los partidos políticos del mundo, expresamente a los de la denominada izquierda, anquilosados en fórmulas caducas.
Añadiré que las mismas razones que me llevan a referirme en estos términos a los partidos políticos en general, las aplico igualmente a los sindicatos locales y, en consecuencia, al movimiento sindical internacional en su conjunto. De un modo consciente o inconsciente, el dócil y burocratizado sindicalismo que hoy nos queda es, en gran parte, responsable del adormecimiento social resultante del proceso de globalización económica en marcha. No me alegra decirlo, mas no podría callarlo. Y, también, si me autorizan a añadir algo de mi cosecha particular a las fábulas de La
Fontaine, diré entonces que, si no intervenimos a tiempo –es decir, ya– el ratón de los derechos humanos acabará por ser devorado implacablemente por el gato de la globalización económica.
¿Y la democracia, ese milenario invento de unos atenienses ingenuos para quienes significaba, en las circunstancias sociales y políticas concretas del momento, y según la expresión consagrada, un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo? Es verdad que podemos votar, es verdad que podemos, por delegación de la partícula de soberanía que se nos reconoce como ciudadanos con voto y normalmente a través de un partido, escoger nuestros representantes en el Parlamento; es cierto, en fin, que de la relevancia numérica de tales representaciones y de las combinaciones políticas que la necesidad de una mayoría impone, siempre resultará un gobierno. Todo esto es
cierto, pero es igualmente cierto que la posibilidad de acción democrática comienza y acaba ahí.
¿Qué hacer? De la literatura a la ecología, de la guerra de las galaxias al efecto invernadero, del tratamiento de los residuos a las congestiones de tráfico, todo se discute en este mundo nuestro.
Pero el sistema democrático no se discute. Mas si no estoy equivocado, si no soy incapaz de sumar dos y dos, entonces, entre tantas otras discusiones necesarias o indispensables, urge, antes de que se nos haga demasiado tarde, promover un debate mundial sobre la democracia y las causas de su decadencia, sobre la intervención de los ciudadanos en la vida política y social, sobre las relaciones entre los Estados y el poder económico y financiero mundial, sobre aquello que afirma y aquello que niega la democracia, sobre el derecho a la felicidad y a una existencia digna, sobre las miserias
y esperanzas de la humanidad o, hablando con menos retórica, de los simples seres humanos que la componen, uno a uno y todos juntos. No hay peor engaño que el de quien se engaña a sí mismo. Y así estamos viviendo.
No tengo más que decir. O sí, apenas una palabra para pedir un instante de silencio. El campesino de Florencia acaba de subir una vez más a la torre de la iglesia, la campana va a sonar. Oigámosla, por favor.

miércoles, agosto 02, 2006

Carta de Freud a Einstein



Viena, setiembre de 1932

Estimado profesor Einstein:


Cuando me enteré de que usted se proponía invitarme a un intercambio de ideas sobre un tema que le interesaba y que le parecía digno del interés de los demás, lo acepté de buen grado. Esperaba que escogería un problema situado en la frontera de lo cognoscible hoy, y hacia el cual cada uno de nosotros, el físico y el psicólogo, pudieran abrirse una particular vía de acceso, de suerte que se encontraran en el mismo suelo viniendo de distintos lados. Luego me sorprendió usted con el problema planteado: qué puede hacerse para defender a los hombres de los estragos de la guerra. Primero me aterré bajo la impresión de mí -a punto estuve de decir «nuestra»- incompetencia, pues me pareció una tarea práctica que es resorte de los estadistas. Pero después comprendí que usted no me planteaba ese problema como investigador de la naturaleza y físico, sino como un filántropo que respondía a las sugerencias de la Liga de las Naciones en una acción semejante a la de Fridtjof Nansen, el explorador del Polo, cuando asumió la tarea de prestar auxilio a los hambrientos y a las víctimas sin techo de la Guerra Mundial. Recapacité entonces, advirtiendo que no se me invitaba a ofrecer propuestas prácticas, sino sólo a indicar el aspecto que cobra el problema de la prevención de las guerras para un abordaje psicológico.

Pero también sobre esto lo ha dicho usted casi todo en su carta. Me ha ganado el rumbo de barlovento, por así decir, pero de buena gana navegaré siguiendo su estela y me limitaré a corroborar todo cuanto usted expresa, procurando exponerlo más ampliamente según mi mejor saber -o conjeturar-.

Comienza usted con el nexo entre derecho y poder. Es ciertamente el punto de partida correcto para nuestra indagación. ¿Estoy autorizado a sustituir la palabra «poder» por «violencia» {«Gewalt»}, más dura y estridente? Derecho y violencia son hoy opuestos para nosotros. Es fácil mostrar que uno se desarrolló desde la otra, y si nos remontamos a los orígenes y pesquisamos cómo ocurrió eso la primera vez, la solución nos cae sin trabajo en las manos. Pero discúlpeme sí en lo que sigue cuento, como si fueran algo nuevo, cosas que todos saben y admiten; es la trabazón argumental la que me fuerza a ello.

Pues bien; los conflictos de intereses entre los hombres se zanjan en principio mediante la violencia. Así es en todo el reino animal, del que el hombre no debiera excluirse; en su caso se suman todavía conflictos de opiniones, que alcanzan hasta el máximo grado de la abstracción y parecen requerir de otra técnica para resolverse. Pero esa es una complicación tardía. Al comienzo, en una pequeña horda de seres humanos, era la fuerza muscular la que decidía a quién pertenecía algo o de quién debía hacerse la voluntad. La fuerza muscular se vio pronto aumentada y sustituida por el uso de instrumentos: vence quien tiene las mejores armas o las emplea con más destreza. Al introducirse las armas, ya la superioridad mental empieza a ocupar el lugar de la fuerza muscular bruta; el propósito último de la lucha sigue siendo el mismo: una de las partes, por el daño que reciba o por la paralización de sus fuerzas, será constreñida a deponer su reclamo o su antagonismo. Ello se conseguirá de la manera más radical cuando la violencia elimine duraderamente al contrincante, o sea, cuando lo mate. Esto tiene la doble ventaja de impedir que reinicie otra vez su oposición y de que su destino hará que otros se arredren de seguir su ejemplo. Además, la muerte del enemigo satisface una inclinación pulsional que habremos de mencionar más adelante. Es posible que este propósito de matar se vea contrariado por la consideración de que puede utilizarse al enemigo en servicios provechosos si, amedrentado, se lo deja con vida. Entonces la violencia se contentará con someterlo en vez de matarlo. Es el comienzo del respeto por la vida del enemigo, pero el triunfador tiene que contar en lo sucesivo con el acechante afán de venganza del vencido y así resignar una parte de su propia seguridad.

He ahí, pues, el estado originario, el imperio del poder más grande, de la violencia bruta o apoyada en el intelecto. Sabemos que este régimen se modificó en el curso del desarrollo, cierto camino llevó de la violencia al derecho. ¿Pero cuál camino? Uno solo, yo creo. Pasó a través del hecho de que la mayor fortaleza de uno podía ser compensada por la unión de varios débiles. «L'union fait la force». La violencia es quebrantada por la unión, y ahora el poder de estos unidos constituye el derecho en oposición a la violencia del único. Vemos que el derecho es el poder de una comunidad. Sigue siendo una violencia pronta a dirigirse contra cualquier individuo que le haga frente; trabaja con los mismos medios, persigue los mismos fines; la diferencia sólo reside, real y efectivamente, en que ya no es la violencia de un individuo la que se impone, sino la de la comunidad. Ahora bien, para que se consume ese paso de la violencia al nuevo derecho es preciso que se cumpla una condición psicológica. La unión de los muchos tiene que ser permanente, duradera. Nada se habría conseguido si se formara sólo a fin de combatir a un hiperpoderoso y se dispersara tras su doblegamiento. El próximo que se creyera más potente aspiraría de nuevo a un imperio violento y el juego se repetiría sin término. La comunidad debe ser conservada de manera permanente, debe organizarse, promulgar ordenanzas, prevenir las sublevaciones temidas, estatuir órganos que velen por la observancia de aquellas -de las leyes- y tengan a su cargo la ejecución de los actos de violencia acordes al derecho. En la admisión de tal comunidad de intereses se establecen entre los miembros de un grupo de hombres unidos ciertas ligazones de sentimiento, ciertos sentimientos comunitarios en que estriba su genuina fortaleza.

Opino que con ello ya está dado todo lo esencial: el doblegamiento de la violencia mediante el recurso de trasferir el poder a una unidad mayor que se mantiene cohesionada por ligazones de sentimiento entre sus miembros. Todo lo demás son aplicaciones de detalle y repeticiones. Las circunstancias son simples mientras la comunidad se compone sólo de un número de individuos de igual potencia. Las leyes de esa asociación determinan entonces la medida en que el individuo debe renunciar a la libertad personal de aplicar su fuerza como violencia, a fin de que sea posible una convivencia segura. Pero semejante estado de reposo {Ruhezustand} es concebible sólo en la teoría; en la realidad, la situación se complica por el hecho de que la comunidad incluye desde el comienzo elementos de poder desigual, varones y mujeres, padres e hijos, y pronto, a consecuencia de la guerra y el sometimiento, vencedores y vencidos, que se trasforman en amos y esclavos. Entonces el derecho de la comunidad se convierte en la expresión de las desiguales relaciones de poder que imperan en su seno; las leyes son hechas por los dominadores y para ellos, y son escasos los derechos concedidos a los sometidos. A partir de allí hay en la comunidad dos fuentes de movimiento en el derecho {Rechtsunruhe}, pero también de su desarrollo. En primer lugar, los intentos de ciertos individuos entre los dominadores para elevarse por encima de todas las limitaciones vigentes, vale decir, para retrogradar del imperio del derecho al de la violencia; y en segundo lugar, los continuos empeños de los oprimidos para procurarse más poder y ver reconocidos esos cambios en la ley, vale decir, para avanzar, al contrario, de un derecho desparejo a la igualdad de derecho. Esta última corriente se vuelve particularmente sustantiva cuando en el interior de la comunidad sobrevienen en efecto desplazamientos en las relaciones de poder, como puede suceder a consecuencia de variados factores históricos. El derecho puede entonces adecuarse poco a poco a las nuevas relaciones de poder, o, lo que es más frecuente, si la clase dominante no está dispuesta a dar razón de ese cambio, se llega a la sublevación, la guerra civil, esto es, a una cancelación temporaria del derecho y a nuevas confrontaciones de violencia tras cuyo desenlace se instituye un nuevo orden de derecho. Además, hay otra fuente de cambio del derecho, que sólo se exterioriza de manera pacífica: es la modificación cultural de los miembros de la comunidad; pero pertenece a un contexto que sólo más tarde podrá tomarse en cuenta.

Vemos, pues, que aun dentro de una unidad de derecho no fue posible evitar la tramitación violenta de los conflictos de intereses. Pero las relaciones de dependencia necesaria y de recíproca comunidad que derivan de la convivencia en un mismo territorio propician una terminación rápida de tales luchas, y bajo esas condiciones aumenta de continuo la probabilidad de soluciones pacíficas. Sin embargo, un vistazo a la historia humana nos muestra una serie incesante de conflictos entre un grupo social y otro o varios, entre unidades mayores y menores, municipios, comarcas, linajes, pueblos, reinos, que casi siempre se deciden mediante la confrontación de fuerzas en la guerra. Tales guerras desembocan en el pillaje o en el sometimiento total, la conquista de una de las partes. No es posible formular un juicio unitario sobre esas guerras de conquista. Muchas, como las de los mongoles y turcos, no aportaron sino infortunio; otras, por el contrarío, contribuyeron a la trasmudación de violencia en derecho, pues produjeron unidades mayores dentro de las cuales cesaba la posibilidad de emplear la violencia y un nuevo orden de derecho zanjaba los conflictos. Así, las conquistas romanas trajeron la preciosa pax romana para los pueblos del Mediterráneo. El gusto de los reyes franceses por el engrandecimiento creó una Francia floreciente, pacíficamente unida. Por paradójico que suene, habría que confesar que la guerra no sería un medio inapropiado para establecer la anhelada paz «eterna», ya que es capaz de crear aquellas unidades mayores dentro de las cuales una poderosa violencia central vuelve imposible ulteriores guerras. Empero, no es idónea para ello, pues los resultados de la conquista no suelen ser duraderos; las unidades recién creadas vuelven a disolverse las más de las veces debido a la deficiente cohesión de la parte unida mediante la violencia. Además, la conquista sólo ha podido crear hasta hoy uniones parciales, si bien de mayor extensión, cuyos conflictos suscitaron más que nunca la resolución violenta. Así, la consecuencia de todos esos empeños guerreros sólo ha sido que la humanidad permutara numerosas guerras pequeñas e incesantes por grandes guerras, infrecuentes, pero tanto más devastadoras.

Aplicado esto a nuestro presente, se llega al mismo resultado que usted obtuvo por un camino más corto. Una prevención segura de las guerras sólo es posible si los hombres acuerdan la institución de una violencia central encargada de entender en todos los conflictos de intereses. Evidentemente, se reúnen aquí dos exigencias: que se cree una instancia superior de esa índole y que se le otorgue el poder requerido. De nada valdría una cosa sin la otra. Ahora bien, la Liga de las Naciones se concibe como esa instancia, mas la otra condición no ha sido cumplida; ella no tiene un poder propio y sólo puede recibirlo sí los miembros de la nueva unión, los diferentes Estados, se lo traspasan. Por el momento parece haber pocas perspectivas de que ello ocurra. Pero se miraría incomprensivamente la institución de la Liga de las Naciones si no se supiera que estamos ante un ensayo pocas veces aventurado en la historia de la humanidad -o nunca hecho antes en esa escala-. Es el intento de conquistar la autoridad -es decir, el influjo obligatorio-, que de ordinario descansa en la posesión del poder, mediante la invocación de determinadas actitudes ideales. Hemos averiguado que son dos cosas las que mantienen cohesionada a una comunidad: la compulsión de la violencia y las ligazones de sentimiento -técnicamente se las llama identificaciones- entre sus miembros. Ausente uno de esos factores, es posible que el otro mantenga en pie a la comunidad. Desde luego, aquellas ideas sólo alcanzan predicamento cuando expresan importantes relaciones de comunidad entre los miembros. Cabe preguntar entonces por su fuerza. La historia enseña que de hecho han ejercido su efecto. Por ejemplo, la idea panhelénica, la conciencia de ser mejores que los bárbaros vecinos, que halló expresión tan vigorosa en las anfictionías, los oráculos y las olimpíadas, tuvo fuerza bastante para morigerar las costumbres guerreras entre los griegos, pero evidentemente no fue capaz de prevenir disputas bélicas entre las partículas del pueblo griego y ni siquiera para impedir que una ciudad o una liga de ciudades se aliara con el enemigo persa en detrimento de otra ciudad rival. Tampoco el sentimiento de comunidad en el cristianismo, a pesar de que era bastante poderoso, logró evitar que pequeñas y grandes ciudades cristianas del Renacimiento se procuraran la ayuda del Sultán en sus guerras recíprocas. Y por lo demás, en nuestra época no existe una idea a la que pudiera conferirse semejante autoridad unificadora. Es harto evidente que los ideales nacionales que hoy imperan en los pueblos los esfuerzan a una acción contraria. Ciertas personas predicen que sólo el triunfo universal de la mentalidad bolchevique podrá poner fin a las guerras, pero en todo caso estamos hoy muy lejos de esa meta y quizá se lo conseguiría sólo tras unas espantosas guerras civiles. Parece, pues, que el intento de sustituir un poder objetivo por el poder de las ideas está hoy condenado al fracaso. Se yerra en la cuenta si no se considera que el derecho fue en su origen violencia bruta y todavía no puede prescindir de apoyarse en la violencia.

Ahora puedo pasar a comentar otra de sus tesis. Usted se asombra de que resulte tan fácil entusiasmar a los hombres con la guerra y, conjetura, algo debe de moverlos, una pulsión a odiar y aniquilar, que transija con ese azuzamiento. También en esto debo manifestarle mi total acuerdo. Creemos en la existencia de una pulsión de esa índole y justamente en los últimos años nos hemos empeñado en estudiar sus exteriorizaciones. ¿Me autoriza a exponerle, con este motivo, una parte de la doctrina de las pulsiones a que hemos arribado en el psicoanálisis tras muchos tanteos y vacilaciones?

Suponemos que las pulsiones del ser humano son sólo de dos clases: aquellas que quieren conservar y reunir -las llamamos eróticas, exactamente en el sentido de Eros en El banquete de Platón, o sexuales, con una conciente ampliación del concepto popular de sexualidad-, y otras que quieren destruir y matar; a estas últimas las reunimos bajo el título de pulsión de agresión o de destrucción. Como usted ve, no es sino la trasfiguración teórica de la universalmente conocida oposición entre amor y odio; esta quizá mantenga un nexo primordial con la polaridad entre atracción y repulsión, que desempeña un papel en la disciplina de usted. Ahora permítame que no introduzca demasiado rápido las valoraciones del bien y el mal. Cada una de estas pulsiones es tan indispensable como la otra; de las acciones conjugadas y contrarias de ambas surgen los fenómenos de la vida. Parece que nunca una pulsión perteneciente a una de esas clases puede actuar aislada; siempre está conectada -decimos: aleada- con cierto monto de la otra parte, que modifica su meta o en ciertas circunstancias es condición indispensable para alcanzarla. Así, la pulsión de autoconservación es sin duda de naturaleza erótica, pero justamente ella necesita disponer de la agresión si es que ha de conseguir su propósito. De igual modo, la pulsión de amor dirigida a objetos requiere un complemento de pulsión de apoderamiento si es que ha de tomar su objeto. La dificultad de aislar ambas variedades de pulsión en sus exteriorizaciones es lo que por tanto tiempo nos estorbó el discernirlas.

Si usted quiere dar conmigo otro paso le diré que las acciones humanas permiten entrever aún una complicación de otra índole. Rarísima vez la acción es obra de una única moción pulsional, que ya en sí y por sí debe estar compuesta de Eros y destrucción. En general confluyen para posibilitar la acción varios motivos edificados de esa misma manera. Ya lo sabía uno de sus colegas, un profesor Lichtenberg, quien en tiempos de nuestros clásicos enseñaba física en Gotinga; pero acaso fue más importante como psicólogo que como físico. Inventó la Rosa de los Motivos al decir: «Los móviles {Bewegungsgründe} por los que uno hace algo podrían ordenarse, pues, como los 32 rumbos de la Rosa de los Vientos, y sus nombres, formarse de modo semejante; por ejemplo, "pan-panfama" o "fama-famapan"». Entonces, cuando los hombres son exhortados a la guerra, puede que en ellos responda afirmativamente a ese llamado toda una serie ¿le motivos, nobles y vulgares, unos de los que se habla en voz alta y otros que se callan. No tenemos ocasión de desnudarlos todos. Por cierto que entre ellos se cuenta el placer de agredir y destruir; innumerables crueldades de la historia y de la vida cotidiana confirman su existencia y su intensidad. El entrelazamiento de esas aspiraciones destructivas con otras, eróticas e ideales, facilita desde luego su satisfacción. Muchas veces, cuando nos enteramos de los hechos crueles de la historia, tenemos la impresión de que los motivos ideales sólo sirvieron de pretexto a las apetencias destructivas; y otras veces, por ejemplo ante las crueldades de la Santa Inquisición, nos parece como si los motivos ideales se hubieran esforzado hacía adelante, hasta la conciencia, aportándoles los destructivos un refuerzo inconciente. Ambas cosas son posibles.

Tengo reparos en abusar de su interés, que se dirige a la prevención de las guerras, no a nuestras teorías. Pero querría demorarme todavía un instante en nuestra pulsión de destrucción, en modo alguno apreciada en toda su significatividad. Pues bien; con algún gasto de especulación hemos arribado a la concepción de que ella trabaja dentro de todo ser vivo y se afana en producir su descomposición, en reconducir la vida al estado de la materia inanimada. Merecería con toda seriedad el nombre de una pulsión de muerte, mientras que las pulsiones eróticas representan {repräsentieren} los afanes de la vida. La pulsión de muerte deviene pulsión de destrucción cuando es dirigida hacia afuera, hacia los objetos, con ayuda de órganos particulares. El ser vivo preserva su propia vida destruyendo la ajena, por así decir. Empero, una porción de la pulsión de muerte permanece activa en el interior del ser vivo, y hemos intentado deducir toda una serie de fenómenos normales y patológicos de esta interiorización de la pulsión destructiva. Y hasta hemos cometido la herejía de explicar la génesis de nuestra conciencia moral por esa vuelta de la agresión hacia adentro. Como usted habrá de advertir, en modo alguno será inocuo que ese proceso se consume en escala demasiado grande; ello es directamente nocivo, en tanto que la vuelta de esas fuerzas pulsionales hacia la destrucción en el mundo exterior aligera al ser vivo y no puede menos que ejercer un efecto benéfico sobre él. Sirva esto como disculpa biológica de todas las aspiraciones odiosas y peligrosas contra las que combatimos. Es preciso admitir que están más próximas a la naturaleza que nuestra resistencia a ellas, para la cual debemos hallar todavía una explicación. Acaso tenga usted la impresión de que nuestras teorías constituyen una suerte de mitología, y en tal caso ni siquiera una mitología alegre. Pero, ¿no desemboca toda ciencia natural en una mitología de esta índole? ¿Les va a ustedes de otro modo en la física hoy?

De lo anterior extraemos esta conclusión para nuestros fines inmediatos: no ofrece perspectiva ninguna pretender el desarraigo de las inclinaciones agresivas de los hombres. Dicen que en comarcas dichosas de la Tierra, donde la naturaleza brinda con prodigalidad al hombre todo cuanto le hace falta, existen estirpes cuya vida trascurre en la mansedumbre y desconocen la compulsión y la agresión. Difícil me resulta creerlo, me gustaría averiguar más acerca de esos dichosos. También los bolcheviques esperan hacer desaparecer la agresión entre los hombres asegurándoles la satisfacción de sus necesidades materiales y, en lo demás, estableciendo la igualdad entre los participantes de la comunidad. Yo lo considero una ilusión, Por ahora ponen el máximo cuidado en su armamento, y el odio a los extraños no es el menos intenso de los motivos con que promueven la cohesión de sus seguidores., Es claro que, como usted mismo puntualiza, no se trata de eliminar por completo la inclinación de los hombres a agredir; puede intentarse desviarla lo bastante para que no deba encontrar su expresión en la guerra.

Desde nuestra doctrina mitológica de las pulsiones hallamos fácilmente una fórmula sobre las vías indirectas para combatir la guerra. Si la aquiescencia a la guerra es un desborde de la pulsíón de destrucción, lo natural será apelar a su contraría, el Eros. Todo cuanto establezca ligazones de sentimiento entre los hombres no podrá menos que ejercer un efecto contrario a la guerra. Tales ligazones pueden ser de dos clases. En primer lugar, vínculos como los que se tienen con un objeto de amor, aunque sin metas sexuales. El psicoanálisis no tiene motivo para avergonzarse por hablar aquí de amor, pues la religión dice lo propio: «Ama a tu prójimo como a ti mismo». Ahora bien, es fácil demandarlo, pero difícil cumplirlo (ver nota). La otra clase de ligazón de sentimiento es la que se produce por identificación. Todo lo que establezca sustantivas relaciones de comunidad entre los hombres provocará esos sentimientos comunes, esas identificaciones. Sobre ellas descansa en buena parte el edificio de la sociedad humana.

Una queja de usted sobre el abuso de la autoridad me indica un segundo rumbo para la lucha indirecta contra la inclinación bélica. Es parte de la desigualdad innata y no eliminable entre los seres humanos que se separen en conductores y súbditos. Estos últimos constituyen la inmensa mayoría, necesitan de una autoridad que tome por ellos unas decisiones que las más de las veces acatarán incondicionalmente. En este punto habría que intervenir; debería ponerse mayor cuidado que hasta ahora en la educación de un estamento superior de hombres de pensamiento autónomo, que no puedan ser amedrentados y luchen por la verdad, sobre quienes recaería la conducción de las masas heterónomas. No hace falta demostrar que los abusos de los poderes del Estado {Staatsgewalt} y la prohibición de pensar decretada por la Iglesia no favorecen una generación así. Lo ideal sería, desde luego, una comunidad de hombres que hubieran sometido su vida pulsional a la dictadura de la razón. Ninguna otra cosa sería capaz de producir una unión más perfecta y resistente entre los hombres, aun renunciando a las ligazones de sentimiento entre ellos (ver nota). Pero con muchísima probabilidad es una esperanza utópica. Las otras vías de estorbo indirecto de la guerra son por cierto más transitables, pero no prometen un éxito rápido. No se piensa de buena gana en molinos de tan lenta molienda que uno podría morirse de hambre antes de recibir la harina.

Como usted ve, no se obtiene gran cosa pidiendo consejo sobre tareas prácticas urgentes al teórico alejado de la vida social. Lo mejor es empeñarse en cada caso por enfrentar el peligro con los medios que se tienen a mano. Sin embargo, me gustaría tratar todavía un problema que usted no planteó en su carta y que me interesa particularmente: ¿Por qué nos sublevamos tanto contra la guerra, usted y yo y tantos otros? ¿Por qué no la admitimos como una de las tantas penosas calamidades de la vida? Es que ella parece acorde a la naturaleza, bien fundada biológicamente y apenas evitable en la práctica. Que no le indigne a usted mi planteo. A los fines de una indagación como esta, acaso sea lícito ponerse la máscara de una superioridad que uno no posee realmente. La respuesta sería: porque todo hombre tiene derecho a su propia vida, porque la guerra aniquila promisorias vidas humanas, pone al individuo en situaciones indignas, lo compele a matar a otros, cosa que él no quiere, destruye preciosos valores materiales, productos del trabajo humano, y tantas cosas más. También, que la guerra en su forma actual ya no da oportunidad ninguna para cumplir el viejo ideal heroico, y que debido al perfeccionamiento de los medios de destrucción una guerra futura significaría el exterminio de uno de los contendientes o de ambos. Todo eso es cierto y parece tan indiscutible que sólo cabe asombrarse de que las guerras no se hayan desestimado ya por un convenio universal entre los hombres. Sin embargo, se puede poner en entredicho algunos de estos puntos. Es discutible que la comunidad no deba tener también un derecho sobre la vida del individuo; no es posible condenar todas las clases de guerra por igual; mientras existan reinos y naciones dispuestos a la aniquilación despiadada de otros, estos tienen que estar armados para la guerra. Pero pasemos con rapidez sobre todo eso, no es la discusión a que usted me ha invitado. Apunto a algo diferente; creo que la principal razón por la cual nos sublevamos contra la guerra es que no podemos hacer otra cosa. Somos pacifistas porque nos vemos precisados a serlo por razones orgánicas. Después nos resultará fácil justificar nuestra actitud mediante argumentos.

Esto no se comprende, claro está, sin explicación. Opino lo siguiente: Desde épocas inmemoriales se desenvuelve en la humanidad el proceso del desarrollo de la cultura. (Sé que otros prefieren llamarla «civilización».) A este proceso debemos lo mejor que hemos llegado a ser y una buena parte de aquello a raíz de lo cual penamos. Sus ocasiones y comienzos son oscuros, su desenlace incierto, algunos de sus caracteres muy visibles. Acaso lleve a la extinción de la especie humana, pues perjudica la función sexual en más de una manera, y ya hoy las razas incultas y los estratos rezagados de la población se multiplican con mayor intensidad que los de elevada cultura. Quizás este proceso sea comparable con la domesticación de ciertas especies animales; es indudable que conlleva alteraciones corporales; pero el desarrollo de la cultura como un proceso orgánico de esa índole no ha pasado a ser todavía una representación familiar (ver nota). Las alteraciones psíquicas sobrevenidas con el proceso cultural son llamativas e indubitables. Consisten en un progresivo desplazamiento de las metas pulsionales y en una limitación de las mociones pulsionales. Sensaciones placenteras para nuestros ancestros se han vuelto para nosotros indiferentes o aun insoportables; el cambio de nuestros reclamos ideales éticos y estéticos reconoce fundamentos orgánicos. Entre los caracteres psicológicos de la cultura, dos parecen los más importantes: el fortalecimiento del intelecto, que empieza a gobernar a la vida pulsional, y la interiorización de la inclinación a agredir, con todas sus consecuencias ventajosas y peligrosas. Ahora bien, la guerra contradice de la manera más flagrante las actitudes psíquicas que nos impone el proceso cultural, y por eso nos vemos precisados a sublevarnos contra ella, lisa y llanamente no la soportamos más. La nuestra no es una mera repulsa intelectual y afectiva: es en nosotros, los pacifistas, una intolerancia constitucional, una idiosincrasia extrema, por así decir. Y hasta parece que los desmedros estéticos de la guerra no cuentan mucho menos para nuestra repulsa que sus crueldades.

¿Cuánto tiempo tendremos que esperar hasta que los otros también se vuelvan pacifistas? No es posible decirlo, pero acaso no sea una esperanza utópica que el influjo de esos dos factores, el de la actitud cultural y el de la justificada angustia ante los efectos de una guerra futura, haya de poner fin a las guerras en una época no lejana. Por qué caminos o rodeos, eso no podemos colegirlo. Entretanto tenemos derecho a decirnos: todo lo que promueva el desarrollo de la cultura trabaja también contra la guerra (ver nota).

Saludo a usted cordialmente, y le pido me disculpe si mi exposición lo ha desilusionado.

Sigmund Freud