Lo hemos llamado Caín.
Ella lo atrapó cuando yo esta poniendo trampas en la playa norte del Erie;
lo atrapó en el monte, a un par de millas
de nuestra cueva –o pueden haber sido cuatro, no está segura–.
Se nos parece en algún aspecto, y quizá sea de la familia.
Eso es lo que ella cree, pero para mí es un error.
La diferencia de tamaño garantiza la conclusión
de que se trata de una clase de animal nueva y diferente;
un pez quizá, aunque, cuando lo puse en el agua para probarlo,
se hundió y ella se zambulló
y lo sacó de un manotón antes de que el experimento terminase.
Todavía creo que se trata de un pez,
pero a ella no le importa esta cuestión,
y no me lo dejará para probar.
No entiendo esto.
La llegada de la criatura parece haber cambiado su carácter por completo
y la volvió irracional respecto de los experimentos.
Se preocupa más por ese que por cualquiera de los demás animales,
pero no pude explicar el porqué.
Su mente está transformada: todo así lo indica.
A veces, lleva al pez en sus brazos la mitad de la noche
cuando él se queja y quiere ir al agua.
En esos casos el agua cae de los lugares de su cara por los que mira,
y palmea al pez en la espalda y hace ruidos sordos con la boca para calmarlo,
y demuestra pena y ansiedad en cientos de formas.
Nunca la vi hacer esto con ningún otro pez,
Nunca la vi hacer esto con ningún otro pez,
y me preocupa mucho.
Ella solía llevar a los tigres jóvenes a su alrededor y jugar con ellos,
antes de que perdiéramos nuestra propiedad,
pero sólo se trataba de un juego;
nunca se preocupó por ellos como por este cuando no les gustaba la cena.
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