domingo, marzo 19, 2006

Amor y posmodernidad I

Segùn la filòsofa Esther Dìaz,
uno de los mitos preferidos de Platòn
es el de Eros que, tal como aparece en el Banquete,
es hijo de Penía, la pobreza, y de Poros, el recurso.
El mito es una de la s condiciones que permite el logos.
Y, desde esa contradicción entre la carencia de objeto,
por un lado, y la abundancia de astucias para seducir,
por otro, se posibilita nada menos que la perpetuidad de la especie
o la perpetuidad del espíritu transmutado en obras bellas.
Asociamos el amor con el deseo.
El deseo, tal como lo describe Platón,
es el anhelo por lo que no tengo,
por lo que me falta. El deseo tiende al futuro.
Aspira a lo inalcanzable: al objeto del deseo.
A partir de este concepto griego,
Jaques Lacan acuña la proposición “el deseo no tiene objeto”,
cuyo sentido profundo es que
el deseo nunca se clausura, a no ser con la muerte.
Cuando estoy vivo, cuando soy capaz de sentir amor,
aspiro a un objeto inalcanzable.
Un objeto que parece satisfacerme,
en un fugaz y entrañable instante,
pero que huye nuevamente de mi posesión.
Es a partir de esta idea que los griegos asimilaban el deseo con el Ave Fénix. Este ser alado devorado por el fuego, que renace una y otra vez desde sus propias cenizas.
Amor siempre es del orden del deseo.
Otro referente del amor es la sexualidad.
Pues se puede concebir el sexo sin amor, pero no el amor sin sexo.
O, dicho de otra manera, sin sensualidad, sin seducción. Por supuesto que existen amores en los que la relación carnal no se consuma.
Pero ese, es un amor mezquino. Por una parte, sublima la sexualidad (no es que no la sienta). En el caso del amor que se consuma carnalmente, nos encontramos con la humillación del despojo, de la entrega,
del mostrarse sin mediaciones, sin la reconfortante seguridad que nos da estar vestidos.
También Platón tiene en cuenta el cuerpo.
En el Banquete se describe el camino ascendente de Eros
dirigiéndose desde los cuerpos bellos a las almas bellas,
desde las almas bellas a las bellas leyes,
desde las leyes a las bellas ideas, para alcanzar,
finalmente, la más bellas de todas las ideas,
es decir la idea de Verdad.
Se accede así a la contemplación de la belleza,
es decir, a la teoría. Pues teorizar es ver, observar, contemplar.
La teoría entonces como contemplación de la belleza,
constituye una condición necesaria para el advenimiento de Eros.
Una lectura más atenta nos alerta que no se trata
de una pura contemplación pasiva,
sino más bien de una aspiración que compromete activamente al amante.
Pues ya en la primera etapa de la búsqueda amorosa,
es decir, en el enamoramiento de un cuerpo,
se debe tratar de engendrar en él bellos discursos.
Sin embargo, como la belleza que reside en ese cuerpo es
compartida por todos los cuerpos bellos,
sería harto mezquino amar un solo cuerpo.
Por eso deben amarse a todos los cuerpos bellos,
hasta comprender que, en realidad,
esos cuerpos albergan algo mucho más valioso,
que su efímera belleza material. A partir de ese momento,
los viajeros del amor buscan el alma
y no se satisfacen con un alma,
desean todas las almas.
Aunque de pronto comprenden
que existe algo más bello aún: las formas (ideas) bellas.
Ellas son las que permiten que todo lo demás sea bello.
Y cuando el amante se encuentra con ese mar de belleza,
que es la verdad, recién entonces está en condiciones de engendrar
muchos y bellos discursos.
Discursos que surgirán de cuerpos bellos
en tanto y en cuanto están in-formados (conformados)
por almas bellas. Se accede así a la contemplación de la belleza, es decir,
a la teoría; pero además de teoría (visión) hay también gestación,
cópula, coito; tales son las metáforas platónicas.
Se trata pues de una actitud productiva y
no meramente contemplativa.
Platón presenta esa acción como fecundación,
como movimiento que conduce a engendrar y a parir
. Parir bellos discursos y pensamientos pero, asimismo,
bellas normas y bellas leyes,
bellos hijos, bellas ciudades, bellos saberes.
El objeto de Eros no es, por tanto,
la posesión de la belleza a través de la contemplación,
sino la generación y el parto de la belleza.
la contemplación estática del alma aparece relativizada
en el Fedro, mientras en el Banquete y en La República,
la doctrina de un Eros contemplativamente estático
coexiste con un Eros dinámico,
engendrador, paridor y partero de bellos discursos,
bellas leyes, bellas normas.
Incluso, bellas ciudades.
Porque una ciudad para ser bella debe ser justa y, si es justa, es buena.
He aquí la culminación de la dialéctica platónica: belleza-justicia-bien.
Este Eros dinámico no podría alcanzar
su plenitud en la perfecta inmovilidad de la teoría pura.
Se completa, en cambio,
en el “no cesar de moverse” del alma platónica y en metáforas
sexuales tales como: contacto, nupcias,
coitos, concepción, dolores de parto, nacimiento.
Existe una producción del alma fuera de sí misma.
Hay alteridad.
El sujeto que persigue a Eros se trasciende a sí mismo,
engendrando y pariendo hijos del espíritu.
Se trasciende en una póiesis (producción, poesía).
El objeto de Eros no es, por tanto, la posesión de la belleza
a través de la contemplación sino
de la generación y el nacimiento de la belleza.
La pareja humana, en la dimensión del Eros platónico,
no es ni siquiera un simulacro de Eros,
es simplemente un escalón – el más bajo – en
la gradación erótica que conduce a la verdad.
Es un amor vuelto sobre sí mismo, ensimismado.
En cambio, la verdadera producción amorosa,
si bien comienza en el cuerpo,
o se la comprende a través de metáforas sexuales, no se agota
en el cuerpo ni en el sexo. Sin embargo, el cuerpo y el sexo,
en algunos textos platónicos, tampoco son excluidos.
Pero no son fines en sí mismos,
como tampoco es un fin en sí mismo el amor a un solo cuerpo o a una sola alma.
Cuerpos y almas individuales
son pasos necesarios para la ascensión,
la contemplación y luego, la producción.

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