miércoles, septiembre 20, 2006

Osvaldo Bayer / Rainer y Minou





Si hay alguna enseñanza es que los autores de los crímenes deben pensar en sus propios hijos antes de cometer los crímenes. Los hijos quedan malditos para siempre.”
Osvaldo Bayer

 El infierno son los otros

Rainer y Minou (Planeta) es la primera novela de Osvaldo Bayer (1927), un autor convencido de que aunque “las novelas no busquen ser un código de moral, pueden servir para que alguna vez el amor derrote a la tragedia”.

La historia de un productor de cine alemán, hijo del más sanguinario verdugo de Auschwitz, que se enamoró en el Berlín de los 70 de una judía argentina cuyos padres habían huido de los nazis, y de cómo se convirtieron ambos (el prestigioso productor y la promisoria aspirante a directora) en un estigma insoportable para la sociedad alemana de entonces. El doble signo de la historia (lo romántico combinado con lo trágico).

Rainer y Minou es una historia de amor. Mejor dicho, es la versión (la suma de versiones) de esa historia de amor que nos ofrece un testigo: “el cronista”, como lo llama Bayer. Un cronista que nos recibe en la primera página del texto para anticiparnos el libro que vamos a leer. Y nos despide de él en la última, cuando ya todos los personajes han abandonado la escena. Los protagonistas de esta historia son, más bien, antagonistas. Y no sólo por las oposiciones evidentes (el hijo de los victimarios, la hija de las víctimas) sino por la química que le imponen tales oposiciones a ese amor.

La construcción del entorno “fáctico” es de un rigor exhaustivo: sea la vida de los alemanes en la Argentina antes del advenimiento del nazismo o de los judíos que llegaron huyendo de Hitler, sea la cotidianidad de los hijos de los oficiales nazis en los campos de exterminio o las diferentes conductas de los judíos que siguen viviendo en Alemania después de la guerra, sea el mundo del cine berlinés de los 70 o el comportamiento de la prensa alemana cuando descubre que el hijo del tristemente célebre “Perro Sanguinario” Sturm está apadrinando el debut cinematográfico (y autobiográfico) de una joven judía. A ese gran fresco histórico, Bayer acopla con precisión de orfebre la evolución interior de sus dos protagonistas (esa “investigación del alma” que por primera vez se pudo permitir). Y si entrar en Rainer es como sumergirse de cabeza en inesperados ecos fatalistas extraídos del romanticismo alemán (las actas de Auschwitz y los testimonios de los hijos de Bormann y Speer acompañan las obras de Von Kleist y Hölderlin en la cabecera de Rainer), entrar en Minou es perderse en una tierra baldía: de sentimientos, de conciencia histórica, de humanidad lisa y llana. Ése es el combustible que alimenta sin pausa ni descanso el libro. La oposición entre ese afán de Rainer de ser simbólicamente perdonado por los crímenes de su sangre en la persona que ama. Y la desgracia de que esa persona no pueda perdonar porque no sabe con qué: no es que Minou se niegue a dar ese perdón sino que no tiene nada para dar que se parezca a un perdón.

El proceso interior de Rainer es la puesta en escena de la pregunta que asedia ominosamente todo el libro: ¿a qué destino individual pueden aspirar los hijos de genocidas? “Porque las novelas no buscan ser un código de moral, pero pueden servir para que alguna vez el amor derrote a la tragedia”.

La novela está llena de preguntas. Preguntas que no tuvieron respuesta en su momento y resuenan como interrogantes aún sin respuesta en el presente porque no perdieron actualidad. “Eres judía... ¿te sientes judía?”, le pregunta un amigo a la joven Minou. “¿Cómo es que puedes vivir entre alemanes?” Una de las primeras cosas que hace Minou al llegar a Alemania es visitar el cementerio judío de Weissensee, donde están las tumbas de los soldados judíos que murieron en la guerra del 14 vistiendo el uniforme alemán. ¿Por qué habían ido a la guerra?, se pregunta. “¿Acaso por obediencia, por sometimiento, por lacayismo, o por agradecimiento al país que les había dado refugio y futuro?” Claro que ella, que está allí buscando apoyo para su film, también se pregunta: “¿Y por qué yo acepté la beca?”
Y luego, claro, están las preguntas claves para tratar de descifrar la verdadera esencia de este amor: “¿Qué pasa cuando uno es víctima y el otro victimario? ¿Puede haber alguna vez una relación verdadera entre ellos sin que las sombras de la memoria la destrocen? En vez de unirse para investigar los crímenes del pasado, recurren al amor”.

LOS HIJOS DE LOS ASESINOS


Los hijos de la muerte, de los genocidas y de los asesinos. ¿Qué hacer con ellos? ¿Dónde los ponemos? Ése es el gran tema político de esta novela. Y el problema político, gracias a los cuestionamientos que se hacen los propios personajes envueltos por el torbellino de la tragedia amorosa, se va convirtiendo en el gran tema filosófico, existencial (una vez más en la tradición de la filosofía romántica alemana, donde el Ideal, muchas veces entreverado con la nostalgia de la patria perdida, se cobra la vida) de la novela. Minou se pregunta si al enamorarse de Rainer en realidad no está intentando convertir a los hijos de los asesinos en víctimas. Minou se pregunta si lo mejor no sería convertirse en “jóvenes sin pasado”.

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