sábado, mayo 20, 2006

Jesús de Nazaret y María Magdalena segùn Saramago






"...María se levantó, fue a cerrar la puerta del patio,
pero primerocolgó cualquier cosa por el lado de fuera, señal que sería
de entendimiento para los clientes que vinieran por ella,
de que había cerrado su puerta porque llegó la hora de cantar,
Levántate, viento del norte, ven tu,
viento del mediodía,
sopla en mi jardín para que se dispersen sus aromas,
entre mi amado en su jardín
y coma de sus deliciosos frutos.
Luego, juntos, Jesús amparado, en el hombro de María,
prostituta de Magdala que lo va a recibir en su cama,
entraron en la casa, en la penumbra propicia de un cuarto fresco y limpio.
La cama no es aquella rústica estera
tendida en el suelo, con un cobertor pardo encima
que Jesús siempre vio en casa de sus padres
mientras allí vivió, este es un verdadero lecho como aquel
del que alguien dijo, adorné mi cama con cobertores,
con colchas bordadas con lino de Egipto,
perfumé mi lecho con mirra, aloes y cinamon.
María de Magdala llevó a Jesús hasta
un lugar junto al horno, donde era el suelo de ladrillo,
y allí, rechazando el auxilio de él,
con sus manos lo desnudó y lo lavó,
a veces tocándole el cuerpo, aquí y aquí, y aquí,
con las puntas de los dedos, besándolo levemente en el pecho
y en los muslos, de un lado y del otro.
Estos roces delicados hacían estremecer a Jesús,
las uñas de la mujer le causaban escalofríos
cuando le recorrían la piel,
No tengas miedo, dijo María de Magdala.
Lo secó y lo llevó de la mano hasta la cama,
Acuéstate, vuelvo enseguida.Hizo correr un paño en una cuerda,
nuevos rumores de agua se oyeron,
después una pausa, el aire de repente pareció perfumado
y María de Magdala apareció desnuda.
Desnudo estaba también Jesús, como ella lo dejó,
el muchacho pensó que así era justo,
tapar el cuerpo que ella descubriera
habría sido como una ofensa.
María se detuvo al lado de la cama,
lo miró con una expresión que era, al mismo tiempo,
ardiente y suave, y dijo,
Eres hermoso, pero para ser perfecto
tienes que abrir los ojos.
Dudando los abrió Jesús, e inmediatamente los cerró,
deslumbrado, volvió a abrirlos y en ese instante
supo lo que en verdad querían decir
aquellas palabras del Rey Salomón,
Las curvas de tus caderas son como joyas,
tu ombligo es una copa redondeada llena
de vino perfumado, tu vientre es un monte de trigo
cercado de lirios,
tus dos senos son como dos hijos gemelos de una gacela,
pero lo supo aún mejor y definitivamente,
cuando María se acostó a su lado
y, tomándole las manos, acercándoselas,
las pasó lentamente por todo su cuerpo,
cabellos y rostro, el cuello, los hombros,
los senos, que dulcemente comprimió,
el vientre, el ombligo,
el pubis, donde se demoró,
enredando y desenredando los dedos,
la redondez de los muslos suaves,
y mientras esto hacía iba diciendo en voz baja,
casi en un susurro, Aprende, aprende mi cuerpo.
Jesús miraba sus propias manos,
que María sostenía y deseaba tenerlas sueltas
para que pudieran ir a buscar, libres,
cada una de aquellas partes, pero ella continuaba,
una vez mas, otra aún, y decía,
Aprende mi cuerpo, aprende mi cuerpo,
Jesús respiraba precipitadamente,
pero hubo un momento en que pareció sofocarse,
eso fue cuando las manos de ella,
la izquierda colocada sobre la frente,
la derecha en los tobillos, iniciaron una lenta caricia,
una en dirección a la otra, ambas atraídas hacia el mismo punto central,
donde, una vez llegadas, no se detuvieron más que un instante,
para regresar con la misma lentitud al punto de partida,
desde donde iniciaron de nuevo el movimiento (…)
Aprende mi cuerpo, y repetía, pero de otra manera,
cambiándole una palabra,
Aprende tu cuerpo, y el lo tenía ahí, su cuerpo,
tenso, duro, erecto, y sobre él estaba, desnuda y magnífica,
María de Magdala, que decía, Calma, no te preocupes,
no te muevas, déjame a mí,
entonces sintió que una parte de su cuerpo,
esa, se había hundido en el cuerpo de ella,
que un anillo de fuego lo envolvía, yendo y viniendo,
que un estremecimiento lo sacudía por dentro,
como un pez agitándose, y que de súbito se escapaba gritando,
imposible, no puede ser, los peces no gritan,
él, si, él era quien gritaba, al mismo tiempo que María,
gimiendo, dejaba caer su cuerpo sobre el de él,
yendo a beberle en la boca el grito, en un ávido y ansioso beso
que desencadenó en el cuerpo de Jesús
un segundo e interminable estremecimiento”.




Tomado de:" El Evangelio según Jesucristo " de José Saramago





No hay comentarios.: