El profesor Tim Spector es investigador del Hospital St. Thomas de Londres y demostró que la capacidad de las mujeres para llegar al orgasmo depende de su constitución genética. Las nacidas con genes entusiastas alcanzan el orgasmo y las que no, miran la tele. Como el Dr. Spector habla con propiedad, respalda lo que dice con una investigación llevada a cabo en cuatro mil mujeres, inglesas todas, cuyas edades oscilaban entre los 19 y los 83. Me imagino la escena con estas últimas.
—Abuela, ¿está de acuerdo en participar de un estudio psicobiológico sobre el orgasmo femenino?
—Sí, mi hijito, ¿a dónde hay que ir?
—Aquí mismo, abuela. Dígame, ¿usted llegaba al orgasmo?
—¿Ahora mi hijito?
—No, bueno, no sé ahora. Antes, ¿llegaba abuela?
—Antes sí, pero ahora si no me llevan, no llego a ningún lado.
Aunque parezca poco serio, Tim Spector contó con un presupuesto de cien mil libras esterlinas y sus resultados fueron publicados tanto en medios especializados como de difusión masiva. Parece inofensivo, pero una conclusión de este tipo implica, por ejemplo, que a una mujer le de igual cualquier hombre. Como sus genes son siempre los mismos y no se modifican ni con nada ni con nadie, la capacidad de pasarla bien se mantiene intacta tanto con uno como con otro. No hace falta ni ir a cenar, ni ser bien tratada, ni escuchar una palabra amorosa, nada de eso: genes.
Por supuesto, el trabajo no aclara qué significa llegar al orgasmo para cada una de esas mujeres. Y no digo que las participantes lo ignoren sino que no es algo tan fácil de explicar. Las respuestas a esa pregunta hubieran sido múltiples. Si aceptamos esto último, nos damos cuenta de por qué es imposible sacar una estadística sobre este tema. ¿Cómo contar lo no verificable? Apenas se podría decir: tantas mujeres dijeron tal cosa, mientras que otras tantas no pueden terminar de explicarlo. Por eso no hay cuestionario que valga. Habría que ir, una por una, para escuchar respuestas diferentes sobre el mismo tema.
No contento con esa investigación, Tim avanzó en la misma línea. Aliado a 1600 hermanas mellizas –no sé como hace para reunir tantas voluntarias– determinó que la tendencia a la infidelidad en la mujer también está inscripta en sus genes. Un claro ejemplo de que la ciencia no sólo avanza sino también retrocede: de ahí a plantear una clasificación moral de los seres humanos por su constitución genética hay apenas un paso.
El estudio parte de la base de que la mujer es monogámica por naturaleza y rechaza cualquier condicionante cultural. Además subyace la idea de que, si alguna tiene un amante, no sólo es condenable de antemano sino que ni vale la pena escucharla. Por eso, terminemos con el diálogo, nada de sentarse a hablar, inauguremos un café donde la gente en lugar de encontrarse para conversar se reúna para sacarse sangre y mandarla al laboratorio. Nada de cuestiones del amor, biología y clasificación. De este lado, las lascivas genéticamente peligrosas, de este otro, las hogareñas de genes calmos. Pensada así, la genética es el racismo más eficaz.
El doctor Andrew Steptoe y sus colaboradores del Departamento de Psicología del St. George Hospital de la Universidad de Londres investigaron a doscientos servidores públicos. Pudieron demostrar, científicamente, que la felicidad es una condición para la salud. El articulo apareció en Proceedings of the National Academy of Sciences, una revista inglesa sumamente prestigiosa. La gente feliz tiene mejores niveles de cortisol y fibrinógeno en la sangre, lo que mejora la salud, en especial la del corazón. Ahora bien, ¿hay alguien que pueda explicarme qué es la felicidad? No los momentos felices o los estados de alegría o el buen humor. La felicidad es el concepto menos feliz que conozco. Un ideal inaccesible y del que mejor olvidarse para pasarla lo mejor posible, dentro de lo posible. La felicidad, así planteada, como un estado permanente, sólo es posible desconectado del mundo. Quizás el estudio cae en el error, tan común, de confundir al hombre feliz con el boludo alegre. Aunque también puede ser una regla impuesta por del editor de Proceedings of Sciences.
No me imagino un artículo que anuncie: "Está científicamente comprobado que los boludos alegres tienen un 45% menos de infartos que la gente común".
Las recomendaciones del estudio fueron: "maximizar la felicidad de la población", agregando que eso mejoraría los niveles de riqueza.
No sé porque, pero que los ingleses se vuelvan más felices suena a que muchos de nosotros lo vamos a ser menos.
Entusiasmado, Andrew Steptoe, volvió al poco tiempo con otro estudio sobre 5.000 adolescentes que publicó en The Lancet. El trabajo demostró que los jóvenes más activos eran menos irritables y más alegres que los individuos pasivos. Es evidente que correr 5 Km. en el campus de un college da mejores resultados que correr 5 Km. para llegar al colegio que queda en la mitad del campo. Haber nacido en la Argentina permite darnos cuenta de que este tipo de felicidad mejora el estado físico pero disminuye la agudeza visual. Para ser feliz mejor no mirar.
Joseph LeDoux, Ph.D., profesor de Psicología y Neurociencias de la Universidad de Nueva York, descubrió, junto a su equipo, que la timidez y el miedo al contacto con la gente, se aloja en una pequeñísima porción del cerebro: la amígdala. Hasta aquí no hay mucho para decir, es un estudio interesante equiparable a postular que cuando tenemos miedo, el corazón late acelerado. Lo peligroso es lo que sigue:
cuando le echa la culpa a la amígdala de los problemas de relación. Si la amígdala cerebral es defectuosa, se es tímido. La influencia de la familia, el medio y las experiencias vividas no tienen nada que ver con la timidez. La variación de las células en el cerebro es la que genera estos cambios de carácter y todo lo demás –la experiencia humana– es una historieta.
Pero no sólo los científicos están empeñados en este tipo de estudios. Tenzin Gyatso, a quien conocemos como el Dalai Lama, desde hace ya quince años, trabaja junto a un grupo de monjes tibetanos con médicos de una universidad norteamericana. Escribe el Dalai: "Ésa es la razón por la que he visitado el laboratorio de neurociencias del doctor Richard Davidson en la Universidad de Wisconsin. Mediante aparatos que producen imágenes para mostrar lo que ocurre en el cerebro durante la meditación, el doctor Davidson ha tenido la oportunidad de investigar los efectos de las prácticas budistas en el ejercicio de la compasión, la ecuanimidad o la capacidad de percepción".
Davison, en total acuerdo con el Dalai Lama, concluyó que es mejor ejercitarse. Como los estudios que les hicieron a los monjes demuestran que desarrollaron determinados circuitos cerebrales que los favorecen en la vida diaria, –es decir, difícil que se calienten por algo–, hay que meditar.
Leer esto me amiga con mi neurosis, la revalorizo. Al menos, es mía. En este caso el ejercicio se comporta de la misma manera que un fármaco que destruye como una aplanadora la historia de cada uno y la particularidad de la vida anímica. No importa cómo me llevo con mi hermano o cómo hago para salir de ese lugar de sometimiento que tengo con mi jefe. Nada de eso, meditación, desconectarse de la realidad, reprogramarme. Una buena práctica si sé que estamos de paso en este mundo, que hay reencarnación y especialmente si vivo en el Tibet.
El Dr. Elías Norberto Abdala, es nuestro psiconeuroendocrinólogo vernáculo al que los diarios La Nación, Clarín y Página/12 citan con regularidad. Su discurso mantiene siempre la misma línea. Aunque amable con la psicología, el psicoanálisis y otras disciplinas, en el fondo es contundente: todo trastorno anímico empieza en el cerebro y los problemas de la vida no son otra cosa que el producto de la disfunción de determinadas áreas. Por ejemplo "se constató la disminución de una sustancia química cerebral llamada serotonina. Cuando esta sustancia desciende en poca cantidad, aparece la tendencia a tener preocupaciones; si el descenso es mayor, aparece un ‘bajón’ anímico." Es decir que cuando te deprimís, por lo que sea, es porque baja la serotonina, nunca al revés. ¿Por qué será? Si fuera al revés y la serotonina baja porque te deprimís, la medicación no sería la primera indicación y eso, al único que le conviene, es al que consulta. Sigo: "Creo que el malhumor, en Argentina, se está volviendo una epidemia invisible. Lo vemos en la calle y en los consultorios: cada vez vienen más pacientes con este problema". Continua: "no resignarse: hoy se conocen los motivos anatómicos y fisiológicos que lo generan y hay tratamientos muy eficaces". "Es un padecimiento que debe estudiarse en distintos planos, porque tiene causas y consecuencias a nivel psicológico, neuroquímico, endócrino e inmunológico. Tiene que ver con un funcionamiento particular del cerebro y con un déficit hormonal."
Armado del PET (tomografía por emisión de positrones) y del dosaje de dopamina, el Dr. Abdala nos hace creer que el único remedio son los remedios y que una palabra dicha en el momento justo no cambia nada. Habría que evaluar entonces algunos temas menores como la Justicia, por ejemplo. Del discurso de las psiconeurociencias se desprende que todos seríamos ininputables ya que nadie puede ser responsable de que le haya subido la dopamina en sangre.
¿Quién se le atreve a la Universidad? Si nos llega una información, avalada por una institución prestigiosa y además comprobada científicamente, nada hay para decir, estamos en presencia de la verdad. El membrete y el nombre del jefe del departamento son garantía suficiente. La publicación en un medio de prestigio y el comentario de los colegas tendrían que bastarnos. Sin embargo cuando la ciencia sale de su ámbito y trata de explicar lo que no puede, se vuelve soberbia y engaña.
¿Son las pseudociencias y sus difusores los únicos responsables de esta máquina de matar individualidades a pastillazos? Creo que no.
Las corrientes de pensadores que opinan distinto se quedan gritando en el lugar de víctimas en vez de salir a pelear los lugares que los psiconeurobiólogos van ocupando naturalmente. La mayor parte de los debates se los plantean entre ellos, que están, por supuesto, todos de acuerdo. Quizá sea el momento en que tengan que empezar a hablar claro y a escribir para la comunidad de una manera en la que la comunidad pueda entender. ¿Acaso piensan que el ciudadano argentino medio, el profesional de los centros de salud o los que toman las decisiones sobre presupuestos y validaciones entienden y se interesan por las polémicas francesas?
Los representantes de las neurociencias están empeñados en demostrar que el hombre es el resultado del funcionamiento de sus neurotransmisores.
Aunque el mensaje es terrible tienen una estrategia de poder, hablan sencillo y saben cómo hacerse escuchar. Juegan en equipo con la tecnología. Se pasan la pelota, van ocupando la cancha y lo único que quieren es meter goles. Desde la tribuna los alientan los laboratorios, las empresas y el interés. Desde los hogares se los puede seguir por TV. Del lado contrario hay gente que sabe mucho de fútbol pero que prefieren comentar el partido con los amigos en un idioma que sólo ellos entienden.
Ricardo Coler
lunes, septiembre 11, 2006
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